domingo, 26 de abril de 2015

LA ERA DE ACUARIO



No, no quiero ser astrólogo ni lo soy, pero sin intención de encomendarme a Rappel ni de aparecer en las páginas de astrología de cualquier diario, no puedo evitar que me venga a la cabeza que estamos en la Era de Acuario (mira, un pareado).

Para quien no lo sepa, parte de los antiguos astrónomos (nada que ver con muchos de los actuales) sabían muy bien lo que hacían. Para empezar fueron capaces de dividir en eras astrológicas perfectamente medibles el tiempo y el comportamiento social –si bien la sociedad no necesariamente sabía de astrología– que aún se pueden comprobar. Sin ir más los, los astrólogos egipcios midieron la precesión de los equinocios, labor que precisa de una observación meticulosa y unos buenos cálculos.

Y la Era de Acuario está caracterizada por muchas acciones, pasadas y presentes que verán la luz. Miremos alrededor. Será casualidad.

Pero históricamente, hasta hace muy pocos años se habín aceptado con los ojos cerrados todo tipo de versiones oficiales tanto de la historia como de la religión o de la política. Ahora se revisan todas ellas y surgen, más que nunca, voces discordantes con datos que tiran por tierra muchas de las bases de todas.

Alguien puede decir que se debe a las nuevas tecnologías, pero una cosa son las tecnologías a las que una sociedad llegue y otra su aceptación y su orientación. Y lo cierto es que la tecnología, que permite un descubrimiento se haga público con tremenda rapidez y que exista un mayor acceso a conocimientos tanto oficiales como extraoficiales, está a la orden del día para revisar, criticar y trastocar las versiones oficiales de casi todo, dejando curiosamente al descubierto cosas que, durante incluso cientos de años, habían sido ocultas y secretas. Será casualidad.

Aún así, continúan los intentos por tumbarse en el antiguo jergón de ocultar lo que interesa a quien domina y no gustaría nada a quien sufre por ello, una mayoría que ahora es capaz de saber lo que nunca ha sabido hasta ahora.

Y además de tener acceso a saberlo, se une la circunstancia de que en muchas ocasiones, a pesar de lo que puede parecer, el nivel de inteligencia y raciocinio de la población en general es más alto que en años y en siglos anteriores.

Para quien no opine lo mismo le recomiendo que eche un vistazo histórico al comportamiento sumiso del pueblo en una época tan recientemente histórica como la feudal y lo compare con las protestas a nivel global que nos encontramos en la actualidad. Y en la Era de Acuario. Será casualidad.

Eso no evita el proceso, no evita los sufrimientos, las equivocaciones, ni los intentos de los estamentos de poder por mantener el estado actual de las cosas.

Y esos mismos estamentos de poder son los que utilizan todo su esfuerzo en negar que las fuerzas gravitatorias y electromagnéticas de los cuerpos celestes influyen en el comprtamiento de otros cuerpos celestes (y la Tierra es uno y nosotros también) y en negar una serie de sucesos marcando un camino que, en el fondo, no va por donde ellos querían.

Pero por mucho que lo intenten, las energías de los cuerpos celestes (perdón por esta frase de diario en sección de astrología) siguen influyendo en los cuerpos que están rodeados por ellas. Y nosotros estamos en ese punto.

En fin, que por mucho que se niegue, formamos parte de un ritmo que no marcan los llamados poderosos, que no se puede negar la evidencia aunque se pueda distorsionar y usar para escribir en un periódico, que los antiguos sabían más de lo que parece, y que todo ello se está viendo en la Era de Acuario… será casualidad.

domingo, 19 de abril de 2015

CAPÍTULO 4


Según iban transcurriendo los días, he de reconocer que lo único que diferenciaba uno de otro eran los encuentros con Toi–Xing. Esas fugaces reuniones que no eran otra cosa que patadas en el ego aunque cualquier sabio lo llamaría enseñanzas.

Deambulaba por el deambulatorio, como no podía ser de otra manera, mientras observaba la cambiante monotonía de aquello que me rodeaba. No se veía mucha diferencia con jornadas anteriores. La nieve era igual de blanca, el lamasterio igual de dorado, los budas igual de gordos y los monjes igual de calvos.

Doblando una esquina me encontré con cuatro de esas cabezas iluminadas que estaban arreglando unas paredes que parecían querer empezar a desconcharse. Tampoco soportaban ese frío, y eso que tenían la ventaja de no tener que comer lo que sus habitantes y sus invitados. A veces también se me pasó por la cabeza ingerir algún material de construcción en lugar de la sopa, pero me parecía una falta de respeto a mis anfitriones.

Dado que no tenía la más mínima idea del idioma tibetano me conformé con hacer una reverencia a los lamas obreros que ellos me devolvieron con mucho más estilo que el mío. Y lo cierto es que es algo que agradecí, ya que al efectuarla escuché un delator “crak” en mis lumbares que me recordaban que los años seguían pasando factura al cargo de mi carné de identidad. Agradecí al Gran Buda que los lamas tampoco supieran español. De otra manera posiblemente me hubieran solicitado ayuda y hubiera quedado como un maleducado o como un débil… o como ambas cosas.

Alejándome de ellos antes de que alguno tuviera la inadecuada idea de empezar a hablarme en inglés, me adentré en un compendio de rocas que vigilaban el lugar. Unos pocos árboles hacían creer que allí podía haber más vida que la de los hombres vestidos de color azafrán.

Como en cierto modo era de esperar, vislumbré una pequeña figura agachada junto a una de las rocas. El maestro parecía estar también huyendo de la reconstrucción del templo y parecía realizar dibujos en la nieve.

Al acercarme comprobé que tenía una pequeña hormiga en su dedo. Indudablemente se trataba de un insecto despistado que había salido a echar un vistazo a ver si el verano estaba inundando la superficie.
Toi–Xing alzó la vista y me mostró esa sonrisa que daba la sensación que, si se lo proponía, era capaz de dar varias vueltas a su cabeza.

– Saludos, joven Baltolomé.

– Saludos, maestro, pero lo de joven mejor lo dejamos de lado.

– ¿Tú decil por sonido en espalda?

Por un momento imaginé que el ruido había sido tan fuerte que había hecho eco en las rocas y había llegado hasta allí, pero semejante estupidez se borró rápidamente de mi cabeza… y llegó otra quizá más extraña.

– No me dirá que se ha escuchado desde aquí…

El viejo volvió a mostrar esa sonrisa mientras dejaba cuidadosamente la hormiga, que había estado recorriendo su mano, sobre un claro rocoso.

– Pol supuesto que no, pelo maestlo sel capaz de muchas cosas.

Durante una fracción de segundo me quedé mudo, pero una pregunta vino a mi boca y salió por voluntad propia.

– Y ¿cómo es que alguien tan sabio no es capaz de hablar bien otro idioma?

Instantáneamente me sonrojé. Bajé la vista al suelo y me dispuse a pedir infinitas disculpas por mi falta de respeto.

Toi–Xing, atentando una vez más contra la lógica más evidente, soltó una sonora carcajada.

– Querido Bartolomé, un maestro es capaz de hablar en el idioma que desee, por supuesto.

Ahí pasé del rojo al blanco. Si normalmente mis ojos se podría decir que eran del doble de tamaño que los del sabio, en ese caso podían fácilmente cuadruplicarlos.

– Yo… esto… yo…

– Eso sel fácil. Maestlo capaz de cosas más difíciles. Sabel idiomas podel hacer cualquiela. Tú ya sabel. Sel más difícil metelse en otlas cosas.

– ¿Cómo en los sueños de otros? –volvió a salirme traicioneramente.

– No, eso sel fácil. Un poco más difícil sel usal sueños de alumnos pala ayudar a caminal pol escalela.
Sentí que mis piernas flojeaban y no era precisamente por mis molestias lumbares, así que decidí sentarme a costa de damnificar sobre las rocas mi área de reposo.

– No ponel esa cala. ¿Tú cleel que podel constluil escalela y  sel capaz de caminal junto a quien la lecole sin conocel bien escalelas? Antes de podel constluil una tenel que habel lecolido muchas.

Toi–Xing se sentó a mi lado. Fijó su vista en el suelo y dio un suspiro.

– Yo pleguntal hace poco tiempo pala qué soñal y tú no contestal del todo.

Me recompuse tan rápidamente como pude.

– Maestro… si no recuerdo mal, precisamente dijimos que soñábamos para construir la escalera que nos conectaba con nosotros mismos.

– Eso sel lespuesta colecta pelo no completa. ¿Cuándo lecolel escalela?

Las preguntas se iban haciendo cada vez más complicadas. Me sentía en una especie de partida de Trivial Pursuit en el que todos los “quesitos” eran amarillos.

– Supongo que mientras vivimos… no sé… todos los días un escalón… o medio.

– En muchos días ni siquiela levantal pie. Pelo todas noches acumulal impulso pala subil escalón.
– Vale, maestro, ahora sí que no entiendo nada.

– Polque estal despielto. Tú intental pensal y mientlas pensal no podel subil. En tu país decil que no podel andal y mascal chicle a la vez.

No pude objetar absolutamente nada a lo dicho. Sonreí mientras veía cómo mi quesito amarillo se esfumaba hacia la ficha del sabio.

– Escalela siemple conectada entle tú y Tú, pelo cuando dolmil, Tú lecoldalte que habel escalela y que tenel que lecolel.

– ¿Quiere decir que por las noches recordamos que no somos lo que estamos aquí?

– Quelel decil que dulante noches tomal impulso pala lecolel escalela. Nunca lecoldal, pelo habel algo que nos lecuelda.

– ¿Cuando soñamos?

– No, cuando no soñamos. No lecoldal con cabeza, lecoldal con alma.

Algo me hizo girar la cara hacia el viejo.

– ¿Alma? Lo siento pero… me extraña oir a un budista hablar del alma.

– ¿Budista? ¿Tú cleel que yo budista? –el maestro volvió a soltar una enorme carcajada– Siddalta sel glan homble, pelo yo no adolal. Yo sólo adolal lo que habel al otlo dado de escalela.

– Entonces… si usted no está aquí, entre monjes budistas porque es budista… ¿por qué está?

– Pol palecido motivo que tú. Tampoco sel budista, pelo lamas ponel comida tan mala que tú sólo podel pensal en telminal comida pala subil escalela. Yo pensal que debel ayudal a subil.

Y de nuevo comenzó a reir a mandíbula batiente luciendo ese extraño muestrario de dientes.

viernes, 10 de abril de 2015

CAPÍTULO 3

Esa mañana reconozco que me había despertado mientras desayunaba en ese lugar que los lamas, en un alarde de publicidad, llamaban comedor. Frente a mí encontré un cuenco que contenía el desayuno de siempre. Que bien pensado era exactamente igual que la comida de siempre y la cena de siempre.

Aquella noche me había pasado lo mismo que a Martin Luther King. Había tenido un sueño. Y estaba deseoso de contárselo al maestro.

Me pasé toda la mañana buscándole, pero no lograba encontrarle. Recorrí las diversas estancias del lamasterio, las salas adornadas con estatuas de Buda, el deambulatorio adornado con columnas y los jardines adornados con monjes trabajando la tierra. Pero nada.

Miré por enésima vez mi reloj mientras sentía que la mañana estaba pasando tan lenta como el tiempo para el que espera y tan rápida como para el que disfruta.

Pregunté al único lama que hablaba español, pero no tenía ni idea del paradero del viejo.

– Los sabios siempre están en todos los lugares. Si no se dejan ver es porque no quieren.

Le agradecí la enseñanza a pesar de que no me aportaba la solución que estaba buscando.

Me senté en un pollete del deambulatorio y miré de nuevo el reloj.

– Culioso apalato el que lleval en muñeca.

– ¡Maestro! –exclamé con evidente sorpresa– le he estado buscando toda la mañana y no le he encontrado.

– Eso sel polque buscal en lugar incolecto –respondió el hombre que conseguía hacer de la obviedad un arte.

Volví a mirar el reloj intentando encajar el tiempo perdido y comprobé que el sabio tenía los ojos puestos en él. Me sentí apurado. El viejo sabio me estaba ofreciendo sus enseñanzas y yo no había tenido ningún detalle hacia él, así que sin pensarlo dos veces le dije señalando mi muñeca –maestro… ¿lo quiere? –.

– De ninguna manela. Vosotlos estal muy contentos con eso, pelo yo no quelel un apalato que complal pala sel su dueño y acabal siendo su esclavo. Agladecido, pelo no.

Primer chasco del día. Me daba la sensación de que nunca iba a aprender o de que Toi–Xing siempre tenía un as en la manga que arrojarme a la cara al más mínimo descuido. O buscaba el modo de esquivarlo o buscaba el modo de acostumbrarme.

– Maestro, esta noche he tenido un sueño.

– Enholabuena – dijo sin el más mínimo interés.

– Es que para mí ha sido interesante…

­– Si tú quelel contal, contal, pero no adolnal el momento. Con eso sólo peldel tiempo y no podel peldel tiempo sin insultal etelnidad.

– Verá, maestro…–dije comenzando a encajar sus golpes– me encontraba en una casa de dos pisos, una especie de chalet, cuando de repente me sentí en la necesidad de ir al piso de arriba al que nunca había ido.

Al subir encontré una habitación con una cama y un baño. En ese momento vi una familia que entraba en la casa… que en realidad también era suya… y yo tuve que quedarme arriba. Y me encontré a un hombre en la habitación que me dijo que me había estado esperando porque tenía que ocupar su lugar. Y desapareció. Y yo me quedé arriba sin molestar a los habitantes de la casa…

– Sueño intelesante.

Me dejó chafado. Esperaba otra respuesta. Quizá en el mejor de los casos, una explicación… Pero en fin, se trataba de él. Pretender que hiciera concesiones a los deseos era como pretender apretar una piedra y hacer que gritara.

– ¿Pol qué soñal?

Toma… buena pregunta…mejor no estropearla con una mala respuesta… mejor poner cara de sincera nada.

– Ah, ya, ilesponsable. No podel lespondel. Entonces cambial plegunta. ¿Pol qué vivil?

Intenté no poner la misma cara ni vislumbrar la misma respuesta, pero creo que no lo conseguí.

– La verdad es que no lo sé… habitualmente se vive para… trabajar… tener hijos… progresar…

– ¿Ploglesal teniendo hijos y tlabajando? ¿A tenel hijos y dinelo se llama ploglesal?

Lo cierto es que siempre había pensado algo así, pero nunca lo había planteado tan sencillamente.

– No sé para qué vivimos. Al menos no sé si lo estamos haciendo bien, porque estoy seguro de que vivimos para algo… ¿para buscar la escalera?

– Casi… no pala buscal, sino pala encontlal. Y no la escalela, sino lo que habel al final de escalela.
– Y eso no se consigue trabajando ¿no?

– Tlabajando para conseguil dinelo no necesaliamente. Tlabajando pala eliminal tlabas sí.

En  ese momento sentí la imperiosa necesidad de hacerle a él la misma pregunta que me estaba planteando a mí, pero me parecía tan sencillo que con el sólo hecho de plantearlo en mi mente le daba todos los derechos para abofetearme sin otra excusa.

–  No… supongo que efectivamente, querer hacerlo así es tan inútil como… como estirar el cuello para llegar a las estrellas…

– Bien, algo aplendel. Ahola seguil pol mismo camino si no quelel estlopeal.

Me tomé unos pocos segundos para poder cubrir de palabras los pensamientos que se agolpaban en mi mente como ciclistas llegando a la meta.

– Supongo que se vive para ir subiendo la escalera que alguien, quizá a veces tú mismo, ha construido para ti… para que llegues a Ti.

– No estal mal del todo –dijo casi sin levantar la vista–, pelo podel hacel mejor.

De pronto sentí como si todos los ciclistas que pretendían llegar a la meta se agolparan de golpe sobre mi cabeza dejándome sin palabras… y sin respuesta para poder hacerlo mejor.

Bajando la vista y mirando al suelo no tuve más remedio que reconocer la evidencia.

– Maestro… no sé qué respuesta dar.

– ¿Y pletendel que daltela yo? Sólo podel contestal a quien tenel ya mitad de lespuesta. De otla manela jamás el otlo complendel.

Se produjo un interminable silencio que apenas duró unos segundos.

– Me da la sensación de que no es suficiente la vida para poder encontrar la respuesta. Es muy corta… como opinan ustedes, necesitaríamos varias.

El maestro comenzó a esbozar un atisbo de sonrisa.

– No il mal encaminado. Pelo eso no sel ni novedad ni lespuesta. Aunque quizá ahola sel un poco más lesponsable. Yo intental de nuevo… ¿pala qué soñal?

De nuevo un interminable segundo. El instante más largo… la momentánea definición de infinito.
Y unas palabras que surgieron de mi boca por primera vez en mucho tiempo sin que pasaran por el filtro de mi cerebro.

– ¿Para poder resumir el tiempo que necesitaríamos en varias vidas? ¿Para hacer lo que no podemos hacer despiertos?

– Il mejorando. Lento, pelo il…

Toi–Xing se sentó en el frío terreno y señaló con su huesudo dedo el lugar que estaba a su lado.

– Sental.

Obedeciendo su indicación y esperando una respuesta, me senté a su lado. El maestro volvió a mirar al cielo, luego me miró a mí y de nuevo al cielo, como intentando establecer un puente entre ambos lugares. Intuí que le costaba, pero que algo le impelía a hacerlo.

– Cuendo tú despielto, tú atento de alededol, pelo no atento de ti. Todo distlael, pelo no tlael. Toda tu fuelza volcada en mundo más allá de piel. Pelo cuando tú dolmil no atento de alededol, sólo atento de ti. Sel único momento en que podel leunilte contigo.

– Sí, pero… ¿cómo se pueden aprender cosas mientras uno duerme?

– ¿Cómo podel aplendel cosas mientlas uno pendiente de máscala con la que enflenta a teatlo de mundo? No podel aplendel, sólo leplesental papel, pelo no aplendel nuevo. Eso gualdal pala sueño.

Me miró, pero yo estaba mirando el suelo.

– ¿Tú cleel que dolmil pala descansal? Tú podel descansal músculos sin necesidad de desconectal celeblo, pelo sólo descansando celeblo podel descansal Tú.

– Ya… –dije pensando que entendía– nuestro cerebro nos cansa ¿no?

– No exactamente. Nuestro celeblo diseñado pala ayudal, pelo nosotlos cansal celeblo con necesidades innecesalias. Un celeblo cansado no guial, sólo mandal, y nosotlos habitualmente cansal celeblo.

– Y en los sueños nuestro cerebro, descansado, nos envía mensajes que nos guían ¿no?

– No exactamente. En sueños nuestlo celeblo intental tladucil mensajes que llegal del otlo lado de la escalela. Él no estal cansado, entonces él tlabajal.

– A veces son difíciles de entender… supongo que porque no entendemos su idioma.

Toi–Xing levantó la vista del suelo y volvió a atravesarme con esa mirada camuflada en unos ojos orientalmente semicerrados.

– ¿Tú sabel inglés?

En otro momento ese cambio de conversación me habría llamado la atención, pero me parecía que estaba llegando a un punto en el que no me extrañaba nada.

– Un poco.

– Y ¿pala qué?

– Pues para poder comunicarme con personas que no hablan mi idioma.

– Y ¿tú sabel hablal en tu idioma?

– Vaya… creo que sí –dije con cierto aire de suficiencia que según lo iba notando me iba advirtiendo de que de nuevo había caído en su juego.

– Pues hace unos instantes tú no sabel qué lespondelme a pesal de usal tu idioma… como ayel… y como anteayel… a pesal de usal tu idioma.

Intenté asentir a su riña camuflada pero nada salió de mi boca.

– Si tu no sabel usal tu idioma pala podel decil cosas útiles ¿pala qué quelel aplendel otlos idiomas? ¿pala decil tontelías en valias lenguas?

De nuevo, y como venía siendo costumbre los últimos días, me puse a escudriñar el suelo como si entre el musgo y la arena se encontrara la respuesta.

– Cuando tú llegal a otlo lado de escalela no necesital idiomas, polque no necesital palablas. Mientlas tanto tenel pelmiso pala aplendel más idiomas polque necesital pala ganal dinelo.

El viejo sabio se levantó y yo le seguí. En silencio se encaminó hacia el monasterio para poder llegar a la hora de comer a pesar de no tener reloj. Preferí, en mi cobarde supervivencia, no preguntar si se guiaba por el sol o por el estómago.

De repente se detuvo y me miró fijamente a los ojos.

– ¿Tú entendel sueños?

– No…

– Y eso que sabel dos idiomas. Pelo si tú contal sueño a alguien que sabe menos idiomas que tú ¿él entendel sueño?

– No sé… supongo que tampoco.

El Maestro se dio media vuelta reanudando su camino, y mientras yo me quedaba clavado en el suelo intentando comprender algo, él levantando una mano sólo dijo –Ah…–.