lunes, 23 de febrero de 2015

Mi primera vez





Aquella noche estaba nervioso. Nervioso como cuando de pequeño tus padres te iban a llevar al día siguiente al parque de atracciones por primera vez; esa mezcla de apetencia y desconocimiento que no te dejaba dormir. Al día siguiente sería mi primera vez, mi primera vez en visitar al psicólogo. 

Por una serie de catastróficas desdichas me vi obligado a recurrir a los servicios de un profesional de la salud mental, algo que siempre había rechazado de plano, aun cuando mi única referencia hacia esta profesión eran ciertas viñetas de Quino que leí bastantes años atrás, pero que en ese momento se antojaba la solución adecuada. 

Tras dormir poco y mal, dándole vueltas a si todo sería como había pensado y a si realmente me ayudaría, me encaminé hasta el lugar citado con una idea en la cabeza de lo que iba a encontrar que pronto quedaría destrozada por la cruda realidad. 

Entré, pregunté y giré a mano derecha para subir unas escaleras hasta la consulta 5. Allí me esperaba la puerta cerrada y dos sillas, que tras mirarlas un buen rato hicieron que temiese por mi integridad física. Decidí esperar de pie. Mientras pasaban los minutos me decía a mi mismo que no había que ser tan superficial, que lo importante está en el interior. En aquel caso el diván tenía que estar tras aquella puerta cerrada, ¡claro que sí!.

Pasaban lo minutos y yo, vago por naturaleza, empezaba a mirar aquellas dos sillas cochambrosas con otros ojos. Por allí pasaba gente que me miraba con cara extraña, desconozco si por estar de pie o simplemente por estar allí. Más tarde creo que encontré la respuesta. 


Ya habían transcurrido varios minutos  desde la hora fijada cuando un buen hombre se me acerco y me preguntó que si esperaba a alguien. Aunque mi cara dejo traslucir levemente lo que pasaba por mi cabeza esta vez me decidí por ser amable. Si, contesté, aunque me dieron ganas de explicarle que estaba allí admirando aquellas dos sillas y esas paredes desconchadas tan bonitas para tomar notas para la próxima remodelación del centro, que seguro que Ana Mato lo tenía en mente. Al hombrecillo no pareció satisfacerle mi completa y redonda respuesta, porque me volvió a preguntar, esta vez que si a quien esperaba era a Paquita, la psicóloga. En ese momento mi mundo se vino a bajo, ¡¿Como que Paquita?!. ¿En serio? ¿Pa - qui - ta?. No hombre, no, tenía que estar equivocado. Ariel, Guadalupe, Mafalda, Messi ¿Que se sho?, algo típicamente argentino, pero ¿Paquita?.

Una vez me hice a la idea la susodicha apareció, abrió la puerta y me indicó con un gesto que pasase. De disculparse por llegar tarde se olvidó, una buena manera de comenzar creando confianza entre terapeuta y paciente. El interior de aquel habitáculo terminó con todas mis expectativas. Ni muebles de caoba, ni cartapacios ni grandes ventanales. Y por supuesto ningún diván, simplemente un escritorio de metal que había visto tiempos mejores y otro par de sillas que debían ser primas hermanas de las de afuera.
Entonces Paquita, si PA-QUI-TA, empezó su recital. Bueno, cuéntame, me dijo. Joder, así para empezar se me vinieron a la mente 10 años de golpe. Intenté, con un leve encogimiento de hombros, que aquella menuda mujer me guiase, pero no sirvió de nada. Así que decidí empezar por mis problemas laborales, por hablar de algo, ya que estábamos allí… ¡Craso error!. Un leve comentario acerca de mi jefe desató la verborrea de Paquita, quién durante los siguientes 20 minutos se dedicó a contarme sus problemas con su jefa. Mira, ahí si que parecía argentina la jodía. 

En esos 20 minutos pasé del estupor a la vergüenza, al cabreo y cuando finalmente logré desconectar el cerebro y mantener cara de sincero interés algo me hizo volver a la realidad. Yo es que soy humanista, por eso llevo las consultas de manera muy diferente. Esbozando una leve sonrisa por fuera y una carcajada por dentro, tomé nota mental de buscar humanista en el diccionario cuando llegase a casa, a ver si ponía algo así como profesional de la salud mental que utiliza la técnica de invertir los papeles entre médico y paciente para solucionar los problemas de éstos. Finalmente se me olvidó buscarlo. 


Decidí ser positivo y darle otra oportunidad a aquella mujer y tras pensar y decirme a mi mismo no sos vos, soy yo, volví a prestar atención. Me realizó otro par de preguntas a las que contesté con toda mi sinceridad y mi buena voluntad, tras las cuales llego el remate definitivo: Mira Alberto, ahora mismo te conozco yo mejor a ti que tu mismo. Ahí salté. Salté porque había que saltar, ¿o es que acaso humanista tiene otra acepción como persona con súper poderes capaz de conocer a la gente completa y perfectamente en media hora?. Así que mostré mi disconformidad con un sucinto no, por ahí si que no, PAQUITA


Lo siguiente que me dijo lo guardaré en mis entrañas durante años: Si, porque estás lleno de frustración y asco. Levante una ceja, crucé los brazos y la miré. Me miró. Y así pasaron unos segundo incomodos hasta que decidió intentar otra vía, la de recomendarme que tenía que pensar en positivo. Con esto terminó la consulta, dándome cita para dentro de tres meses e insistiéndome mucho en que pensase en ello. ¿En qué Paquita?, ¡¿EN QUÉ?!. 

Incómoda fue también la despedida, cuando se me acercó y me dijo: bueno, me das la mano o un abrazo. Dudé. Dudé mucho. No si darle la mano o un abrazo, sino en soltarle un improperio de vil bajeza, en tirarme al suelo y patalear y reír o en simplemente escupir al suelo y salir por la puerta como una Estela Reynolds cualquiera. Finalmente alargué la mano, miré hacía otro lado y prometí no volver. 

Un chasco este parque de atracciones, sin duda, pero por suerte he podido asistir a Port Aventura, y por ahí vamos mucho mejor.



2 comentarios:

  1. Creo que para ayudar a los demás se debe tener una serie de capacidades que no todos tienen. Pueden tener buena voluntad y preparación académica pero quizá no cierta entereza personal, y eso se nota…

    Además, el detalle de las sillas psicópatas tampoco ayudaba mucho a crear buen ambiente.

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  2. Creo que cinco años aprobando exámenes de conductismo no puede ser nada bueno, (eso de la neuroplasticiad tiene su claro ejemplo en Paquita). Me parece que esta señora ni siquiera olió un libro de Jung...

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Equipo 3F.