domingo, 19 de abril de 2015

CAPÍTULO 4


Según iban transcurriendo los días, he de reconocer que lo único que diferenciaba uno de otro eran los encuentros con Toi–Xing. Esas fugaces reuniones que no eran otra cosa que patadas en el ego aunque cualquier sabio lo llamaría enseñanzas.

Deambulaba por el deambulatorio, como no podía ser de otra manera, mientras observaba la cambiante monotonía de aquello que me rodeaba. No se veía mucha diferencia con jornadas anteriores. La nieve era igual de blanca, el lamasterio igual de dorado, los budas igual de gordos y los monjes igual de calvos.

Doblando una esquina me encontré con cuatro de esas cabezas iluminadas que estaban arreglando unas paredes que parecían querer empezar a desconcharse. Tampoco soportaban ese frío, y eso que tenían la ventaja de no tener que comer lo que sus habitantes y sus invitados. A veces también se me pasó por la cabeza ingerir algún material de construcción en lugar de la sopa, pero me parecía una falta de respeto a mis anfitriones.

Dado que no tenía la más mínima idea del idioma tibetano me conformé con hacer una reverencia a los lamas obreros que ellos me devolvieron con mucho más estilo que el mío. Y lo cierto es que es algo que agradecí, ya que al efectuarla escuché un delator “crak” en mis lumbares que me recordaban que los años seguían pasando factura al cargo de mi carné de identidad. Agradecí al Gran Buda que los lamas tampoco supieran español. De otra manera posiblemente me hubieran solicitado ayuda y hubiera quedado como un maleducado o como un débil… o como ambas cosas.

Alejándome de ellos antes de que alguno tuviera la inadecuada idea de empezar a hablarme en inglés, me adentré en un compendio de rocas que vigilaban el lugar. Unos pocos árboles hacían creer que allí podía haber más vida que la de los hombres vestidos de color azafrán.

Como en cierto modo era de esperar, vislumbré una pequeña figura agachada junto a una de las rocas. El maestro parecía estar también huyendo de la reconstrucción del templo y parecía realizar dibujos en la nieve.

Al acercarme comprobé que tenía una pequeña hormiga en su dedo. Indudablemente se trataba de un insecto despistado que había salido a echar un vistazo a ver si el verano estaba inundando la superficie.
Toi–Xing alzó la vista y me mostró esa sonrisa que daba la sensación que, si se lo proponía, era capaz de dar varias vueltas a su cabeza.

– Saludos, joven Baltolomé.

– Saludos, maestro, pero lo de joven mejor lo dejamos de lado.

– ¿Tú decil por sonido en espalda?

Por un momento imaginé que el ruido había sido tan fuerte que había hecho eco en las rocas y había llegado hasta allí, pero semejante estupidez se borró rápidamente de mi cabeza… y llegó otra quizá más extraña.

– No me dirá que se ha escuchado desde aquí…

El viejo volvió a mostrar esa sonrisa mientras dejaba cuidadosamente la hormiga, que había estado recorriendo su mano, sobre un claro rocoso.

– Pol supuesto que no, pelo maestlo sel capaz de muchas cosas.

Durante una fracción de segundo me quedé mudo, pero una pregunta vino a mi boca y salió por voluntad propia.

– Y ¿cómo es que alguien tan sabio no es capaz de hablar bien otro idioma?

Instantáneamente me sonrojé. Bajé la vista al suelo y me dispuse a pedir infinitas disculpas por mi falta de respeto.

Toi–Xing, atentando una vez más contra la lógica más evidente, soltó una sonora carcajada.

– Querido Bartolomé, un maestro es capaz de hablar en el idioma que desee, por supuesto.

Ahí pasé del rojo al blanco. Si normalmente mis ojos se podría decir que eran del doble de tamaño que los del sabio, en ese caso podían fácilmente cuadruplicarlos.

– Yo… esto… yo…

– Eso sel fácil. Maestlo capaz de cosas más difíciles. Sabel idiomas podel hacer cualquiela. Tú ya sabel. Sel más difícil metelse en otlas cosas.

– ¿Cómo en los sueños de otros? –volvió a salirme traicioneramente.

– No, eso sel fácil. Un poco más difícil sel usal sueños de alumnos pala ayudar a caminal pol escalela.
Sentí que mis piernas flojeaban y no era precisamente por mis molestias lumbares, así que decidí sentarme a costa de damnificar sobre las rocas mi área de reposo.

– No ponel esa cala. ¿Tú cleel que podel constluil escalela y  sel capaz de caminal junto a quien la lecole sin conocel bien escalelas? Antes de podel constluil una tenel que habel lecolido muchas.

Toi–Xing se sentó a mi lado. Fijó su vista en el suelo y dio un suspiro.

– Yo pleguntal hace poco tiempo pala qué soñal y tú no contestal del todo.

Me recompuse tan rápidamente como pude.

– Maestro… si no recuerdo mal, precisamente dijimos que soñábamos para construir la escalera que nos conectaba con nosotros mismos.

– Eso sel lespuesta colecta pelo no completa. ¿Cuándo lecolel escalela?

Las preguntas se iban haciendo cada vez más complicadas. Me sentía en una especie de partida de Trivial Pursuit en el que todos los “quesitos” eran amarillos.

– Supongo que mientras vivimos… no sé… todos los días un escalón… o medio.

– En muchos días ni siquiela levantal pie. Pelo todas noches acumulal impulso pala subil escalón.
– Vale, maestro, ahora sí que no entiendo nada.

– Polque estal despielto. Tú intental pensal y mientlas pensal no podel subil. En tu país decil que no podel andal y mascal chicle a la vez.

No pude objetar absolutamente nada a lo dicho. Sonreí mientras veía cómo mi quesito amarillo se esfumaba hacia la ficha del sabio.

– Escalela siemple conectada entle tú y Tú, pelo cuando dolmil, Tú lecoldalte que habel escalela y que tenel que lecolel.

– ¿Quiere decir que por las noches recordamos que no somos lo que estamos aquí?

– Quelel decil que dulante noches tomal impulso pala lecolel escalela. Nunca lecoldal, pelo habel algo que nos lecuelda.

– ¿Cuando soñamos?

– No, cuando no soñamos. No lecoldal con cabeza, lecoldal con alma.

Algo me hizo girar la cara hacia el viejo.

– ¿Alma? Lo siento pero… me extraña oir a un budista hablar del alma.

– ¿Budista? ¿Tú cleel que yo budista? –el maestro volvió a soltar una enorme carcajada– Siddalta sel glan homble, pelo yo no adolal. Yo sólo adolal lo que habel al otlo dado de escalela.

– Entonces… si usted no está aquí, entre monjes budistas porque es budista… ¿por qué está?

– Pol palecido motivo que tú. Tampoco sel budista, pelo lamas ponel comida tan mala que tú sólo podel pensal en telminal comida pala subil escalela. Yo pensal que debel ayudal a subil.

Y de nuevo comenzó a reir a mandíbula batiente luciendo ese extraño muestrario de dientes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por tu aportación.

Equipo 3F.