viernes, 10 de abril de 2015

CAPÍTULO 3

Esa mañana reconozco que me había despertado mientras desayunaba en ese lugar que los lamas, en un alarde de publicidad, llamaban comedor. Frente a mí encontré un cuenco que contenía el desayuno de siempre. Que bien pensado era exactamente igual que la comida de siempre y la cena de siempre.

Aquella noche me había pasado lo mismo que a Martin Luther King. Había tenido un sueño. Y estaba deseoso de contárselo al maestro.

Me pasé toda la mañana buscándole, pero no lograba encontrarle. Recorrí las diversas estancias del lamasterio, las salas adornadas con estatuas de Buda, el deambulatorio adornado con columnas y los jardines adornados con monjes trabajando la tierra. Pero nada.

Miré por enésima vez mi reloj mientras sentía que la mañana estaba pasando tan lenta como el tiempo para el que espera y tan rápida como para el que disfruta.

Pregunté al único lama que hablaba español, pero no tenía ni idea del paradero del viejo.

– Los sabios siempre están en todos los lugares. Si no se dejan ver es porque no quieren.

Le agradecí la enseñanza a pesar de que no me aportaba la solución que estaba buscando.

Me senté en un pollete del deambulatorio y miré de nuevo el reloj.

– Culioso apalato el que lleval en muñeca.

– ¡Maestro! –exclamé con evidente sorpresa– le he estado buscando toda la mañana y no le he encontrado.

– Eso sel polque buscal en lugar incolecto –respondió el hombre que conseguía hacer de la obviedad un arte.

Volví a mirar el reloj intentando encajar el tiempo perdido y comprobé que el sabio tenía los ojos puestos en él. Me sentí apurado. El viejo sabio me estaba ofreciendo sus enseñanzas y yo no había tenido ningún detalle hacia él, así que sin pensarlo dos veces le dije señalando mi muñeca –maestro… ¿lo quiere? –.

– De ninguna manela. Vosotlos estal muy contentos con eso, pelo yo no quelel un apalato que complal pala sel su dueño y acabal siendo su esclavo. Agladecido, pelo no.

Primer chasco del día. Me daba la sensación de que nunca iba a aprender o de que Toi–Xing siempre tenía un as en la manga que arrojarme a la cara al más mínimo descuido. O buscaba el modo de esquivarlo o buscaba el modo de acostumbrarme.

– Maestro, esta noche he tenido un sueño.

– Enholabuena – dijo sin el más mínimo interés.

– Es que para mí ha sido interesante…

­– Si tú quelel contal, contal, pero no adolnal el momento. Con eso sólo peldel tiempo y no podel peldel tiempo sin insultal etelnidad.

– Verá, maestro…–dije comenzando a encajar sus golpes– me encontraba en una casa de dos pisos, una especie de chalet, cuando de repente me sentí en la necesidad de ir al piso de arriba al que nunca había ido.

Al subir encontré una habitación con una cama y un baño. En ese momento vi una familia que entraba en la casa… que en realidad también era suya… y yo tuve que quedarme arriba. Y me encontré a un hombre en la habitación que me dijo que me había estado esperando porque tenía que ocupar su lugar. Y desapareció. Y yo me quedé arriba sin molestar a los habitantes de la casa…

– Sueño intelesante.

Me dejó chafado. Esperaba otra respuesta. Quizá en el mejor de los casos, una explicación… Pero en fin, se trataba de él. Pretender que hiciera concesiones a los deseos era como pretender apretar una piedra y hacer que gritara.

– ¿Pol qué soñal?

Toma… buena pregunta…mejor no estropearla con una mala respuesta… mejor poner cara de sincera nada.

– Ah, ya, ilesponsable. No podel lespondel. Entonces cambial plegunta. ¿Pol qué vivil?

Intenté no poner la misma cara ni vislumbrar la misma respuesta, pero creo que no lo conseguí.

– La verdad es que no lo sé… habitualmente se vive para… trabajar… tener hijos… progresar…

– ¿Ploglesal teniendo hijos y tlabajando? ¿A tenel hijos y dinelo se llama ploglesal?

Lo cierto es que siempre había pensado algo así, pero nunca lo había planteado tan sencillamente.

– No sé para qué vivimos. Al menos no sé si lo estamos haciendo bien, porque estoy seguro de que vivimos para algo… ¿para buscar la escalera?

– Casi… no pala buscal, sino pala encontlal. Y no la escalela, sino lo que habel al final de escalela.
– Y eso no se consigue trabajando ¿no?

– Tlabajando para conseguil dinelo no necesaliamente. Tlabajando pala eliminal tlabas sí.

En  ese momento sentí la imperiosa necesidad de hacerle a él la misma pregunta que me estaba planteando a mí, pero me parecía tan sencillo que con el sólo hecho de plantearlo en mi mente le daba todos los derechos para abofetearme sin otra excusa.

–  No… supongo que efectivamente, querer hacerlo así es tan inútil como… como estirar el cuello para llegar a las estrellas…

– Bien, algo aplendel. Ahola seguil pol mismo camino si no quelel estlopeal.

Me tomé unos pocos segundos para poder cubrir de palabras los pensamientos que se agolpaban en mi mente como ciclistas llegando a la meta.

– Supongo que se vive para ir subiendo la escalera que alguien, quizá a veces tú mismo, ha construido para ti… para que llegues a Ti.

– No estal mal del todo –dijo casi sin levantar la vista–, pelo podel hacel mejor.

De pronto sentí como si todos los ciclistas que pretendían llegar a la meta se agolparan de golpe sobre mi cabeza dejándome sin palabras… y sin respuesta para poder hacerlo mejor.

Bajando la vista y mirando al suelo no tuve más remedio que reconocer la evidencia.

– Maestro… no sé qué respuesta dar.

– ¿Y pletendel que daltela yo? Sólo podel contestal a quien tenel ya mitad de lespuesta. De otla manela jamás el otlo complendel.

Se produjo un interminable silencio que apenas duró unos segundos.

– Me da la sensación de que no es suficiente la vida para poder encontrar la respuesta. Es muy corta… como opinan ustedes, necesitaríamos varias.

El maestro comenzó a esbozar un atisbo de sonrisa.

– No il mal encaminado. Pelo eso no sel ni novedad ni lespuesta. Aunque quizá ahola sel un poco más lesponsable. Yo intental de nuevo… ¿pala qué soñal?

De nuevo un interminable segundo. El instante más largo… la momentánea definición de infinito.
Y unas palabras que surgieron de mi boca por primera vez en mucho tiempo sin que pasaran por el filtro de mi cerebro.

– ¿Para poder resumir el tiempo que necesitaríamos en varias vidas? ¿Para hacer lo que no podemos hacer despiertos?

– Il mejorando. Lento, pelo il…

Toi–Xing se sentó en el frío terreno y señaló con su huesudo dedo el lugar que estaba a su lado.

– Sental.

Obedeciendo su indicación y esperando una respuesta, me senté a su lado. El maestro volvió a mirar al cielo, luego me miró a mí y de nuevo al cielo, como intentando establecer un puente entre ambos lugares. Intuí que le costaba, pero que algo le impelía a hacerlo.

– Cuendo tú despielto, tú atento de alededol, pelo no atento de ti. Todo distlael, pelo no tlael. Toda tu fuelza volcada en mundo más allá de piel. Pelo cuando tú dolmil no atento de alededol, sólo atento de ti. Sel único momento en que podel leunilte contigo.

– Sí, pero… ¿cómo se pueden aprender cosas mientras uno duerme?

– ¿Cómo podel aplendel cosas mientlas uno pendiente de máscala con la que enflenta a teatlo de mundo? No podel aplendel, sólo leplesental papel, pelo no aplendel nuevo. Eso gualdal pala sueño.

Me miró, pero yo estaba mirando el suelo.

– ¿Tú cleel que dolmil pala descansal? Tú podel descansal músculos sin necesidad de desconectal celeblo, pelo sólo descansando celeblo podel descansal Tú.

– Ya… –dije pensando que entendía– nuestro cerebro nos cansa ¿no?

– No exactamente. Nuestro celeblo diseñado pala ayudal, pelo nosotlos cansal celeblo con necesidades innecesalias. Un celeblo cansado no guial, sólo mandal, y nosotlos habitualmente cansal celeblo.

– Y en los sueños nuestro cerebro, descansado, nos envía mensajes que nos guían ¿no?

– No exactamente. En sueños nuestlo celeblo intental tladucil mensajes que llegal del otlo lado de la escalela. Él no estal cansado, entonces él tlabajal.

– A veces son difíciles de entender… supongo que porque no entendemos su idioma.

Toi–Xing levantó la vista del suelo y volvió a atravesarme con esa mirada camuflada en unos ojos orientalmente semicerrados.

– ¿Tú sabel inglés?

En otro momento ese cambio de conversación me habría llamado la atención, pero me parecía que estaba llegando a un punto en el que no me extrañaba nada.

– Un poco.

– Y ¿pala qué?

– Pues para poder comunicarme con personas que no hablan mi idioma.

– Y ¿tú sabel hablal en tu idioma?

– Vaya… creo que sí –dije con cierto aire de suficiencia que según lo iba notando me iba advirtiendo de que de nuevo había caído en su juego.

– Pues hace unos instantes tú no sabel qué lespondelme a pesal de usal tu idioma… como ayel… y como anteayel… a pesal de usal tu idioma.

Intenté asentir a su riña camuflada pero nada salió de mi boca.

– Si tu no sabel usal tu idioma pala podel decil cosas útiles ¿pala qué quelel aplendel otlos idiomas? ¿pala decil tontelías en valias lenguas?

De nuevo, y como venía siendo costumbre los últimos días, me puse a escudriñar el suelo como si entre el musgo y la arena se encontrara la respuesta.

– Cuando tú llegal a otlo lado de escalela no necesital idiomas, polque no necesital palablas. Mientlas tanto tenel pelmiso pala aplendel más idiomas polque necesital pala ganal dinelo.

El viejo sabio se levantó y yo le seguí. En silencio se encaminó hacia el monasterio para poder llegar a la hora de comer a pesar de no tener reloj. Preferí, en mi cobarde supervivencia, no preguntar si se guiaba por el sol o por el estómago.

De repente se detuvo y me miró fijamente a los ojos.

– ¿Tú entendel sueños?

– No…

– Y eso que sabel dos idiomas. Pelo si tú contal sueño a alguien que sabe menos idiomas que tú ¿él entendel sueño?

– No sé… supongo que tampoco.

El Maestro se dio media vuelta reanudando su camino, y mientras yo me quedaba clavado en el suelo intentando comprender algo, él levantando una mano sólo dijo –Ah…–.

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