UN HOMBRE UN VOTO
Esa es la premisa de la democracia. Cada persona, por el
simple hecho de existir y haber nacido en un país democrático o bien tener
permisos políticos de residencia y decisión, puede elegir a las personas que
van a actuar como dirigentes durante un tiempo.
En principio parece una buena idea, pero como todo o casi
todo en esta vida, sobre todo cuando está supervisado por el poder, tiende
irremediablemente a la entropía, al caos.
Lo primero que se me viene a la cabeza a la hora de votar,
es si tengo los suficientes conocimientos de lo que voy a hacer. En principio,
veo que no tengo acceso directo ni fácil a las cuentas estatales, a las
decisiones que se toman por mí y a las diversas reparticiones que se hacen. No
tengo más remedio que fiarme de lo que dicen los líderes políticos acerca de
las cuentas, los presupuestos, las estadísticas y las previsiones. El problema
es que cada uno de ellos va a aportar una visión totalmente distinta de las
cosas. Parecería que están más interesados en ostentar el poder y derrotar al
contrario que en mostrar al pueblo una realidad y que éste decida en
consecuencia.
Pero ello me lleva a la terrible conclusión de que no puedo
sustentarme en datos para saber quién está más cerca de mi forma de interpretar
el estado y darle mi apoyo, sino que debo guiarme por una especie de mágica
intuición intentando no dar demasiado crédito a ciertos datos animosos que
presentan cuando hablan de sus propuestas y tampoco demasiado a los que exponen
cuando hablan de la inutilidad del rival. En fin, que no puede uno fiarse de
los datos que dan los candidatos para poder hacerse una idea de qué es lo
mejor. Mal vamos.
Pero no se vayan todavía, aún hay más…
Uno podría pensar bienintencionada y lógicamente que lo de
“un hombre un voto” es literal. Pero no. Dependiendo de la población en la que
se viva, los votos individuales darán lugar a más o menos puestos a los
políticos. No “vale” lo mismo el voto de un andaluz que el de un catalán.
Bueno, hasta ahora nos hemos quedado con la sensación de que
votamos sin saber a qué tipo de propuestas reales y que nuestro voto no vale lo
mismo que el del vecino. Y ahí me gustaría hacer un inciso porque creo que es
importante. Yo no tengo ni idea de economía (de hecho suelo comprar más limones
de los que necesitamos en casa) y además soy tan ingenuo que me dejo
influenciar fácilmente por la sonrisa de un político y por un papel con unos
gráficos muy coloridamente estudiados en los que me plasman su realidad.
Pero
tengo un amigo que es mucho más difícil de convencer. Sabe de economía y es
capaz de cotejar los datos de uno y otro y sacar sus propias conclusiones y
partiendo de ahí, analiza cuál de los dos candidatos puede estar más cerca de
poder llevar a término lo que propone. Además entiende de lenguaje no verbal
(es que mi amigo es muy inteligente) y no se le escapa un guiño, un labio más
levantado, una mano frente a la boca, un carraspeo… no sé, cosas así que dice y
no entiendo, pero que le llevan irremediablemente a saber que lo que esa
persona dice en ese momento, o bien no es la realidad o bien es mentira.
Y claro, cada vez que veo a mi amigo en acción (os
recomiendo amigos así, son muy divertidos) me da la sensación de que no tengo
ni idea de a lo que voy a votar y de que está bien eso de que ciertos votos no
valgan lo mismo que otros. Mi voto debería valer un diez por ciento de lo que
vale el de él.
Aún así, sigo ejerciendo ese derecho cada cuatro años. Pero
mi amigo dice que las decisiones no se toman sólo cada cuatro años. Hay
decisiones importantes que se toman que necesitarían la opinión del pueblo,
porque si bien ellos son representantes, un representante hay veces que debe
ceder su opinión a quienes le mantienen y no tomar por sí mismo ciertas ideas
como las que hay que llevar a cabo. También dice que hay poderes, obviamente
económicos y empresariales a muy alta escala, que son quienes condicionan de
diversas maneras a los gobiernos a llevar a cabo cierto tipo de políticas.
Poderes a los que nadie ha votado.
Entonces, y ahora soy yo quien saco mis propias
conclusiones, se me antoja que por una parte eso que llamamos democracia está
un poco en pañales y también un poco contaminada por intereses que no parecen
muy democráticos. Recuerdo otro de los pilares de este sistema de gobierno que
habla de la separación de poderes (ejecutivo, legislativo y judicial), pero que
no me queda tan claro cuando veo que los legisladores, que hacen las leyes y
los jueces, que las hacen cumplir, son colocados en sus puestos por los
políticos dirigentes (al menos los cargos de más responsabilidad). En mi
ignorancia, no lo entiendo. ¿Eso es algún extraño tipo de separación de
poderes?
Siguiendo con mi conclusión que es a lo que iba, ¿se le
puede llamar a esto de verdad democracia? ¿es esto la democracia? ¿debemos
resignarnos a votar en base a datos incompletos y partidistas aderezados con
publicidad subliminal por extraños entes nada democráticos? ¿es todo esto una
conspiración para que el pueblo llegue a la conclusión de que la democracia es
un sistema débil y manipulable y que debe ser eliminado y sustituido por algo
menos colaborativo y más duro? Es que estoy hecho un lío y ya no sé qué pensar.
El genial George Bernard Shaw dijo que el único problema del
cristianismo es que aún no se ha puesto en práctica. No sé si la democracia
será un sistema ideal de gobierno, pero desde luego, para poder saberlo,
deberíamos poder verlo y practicarlo en toda su inmensidad y lucidez.
A partir de ahí se podría decidir si es útil, si hay que
reformarla o sustituirla o si nos la quedamos como la perfección evolutiva de
la sociedad.
Podríamos ya dar el primer paso y practicarla ¿no?
Comparto contigo todas las dudas que te genera este sistema. Y dejando a un margen la nula colaboración de los poderes políticos para la instauración de un verdadero sistema democrático, es justo señalar que aún en el más que improbable caso de que esto no fuera así, tengo muchas dudas sobre el éxito que este cambio podría suponer. Y esas dudas no nacen de la posible incapacidad de unos políticos bienintencionados (reitero que es una suposición, aunque tratándose de políticos es más una ciencia ficción), sino de un pueblo que sigue sin enterarse de que existen dos únicas formas de vivir: Una, te haces completamente responsable de tu vida y tomas las riendas. Dos, las riendas las toman otros.
ResponderEliminarEse es el aspecto que más me preocupa cuando hablamos de regeneración democrática y de participación ciudadana. Si como sociedad decidimos ser protagonistas de nuestro presente, no hay partido, líder carismático ni ideología que pueda pararnos. Pero si eso no es así, que es lo que ha ocurrido hasta ahora, estamos a merced de intenciones ajenas.
Decía un filósofo y yogui hindú, Sri Aurobindo, que en la humanidad hay dos tipos de estadios mentales: la infraconsciencia y la mente dual. El 80 por ciento de la humanidad se encuentra (hablamos de que Aurobindo vivió a mediados del siglo XX) en la infraconsciencia y el 20 restante en la mente dual.
ResponderEliminarLa primera es el estadio en el que uno no toma decisiones y deja que otros las tomen. Además es capaz de vivir “tranquilo” de esa manera. La segunda es un paso más en el que se plantean dudas y posibilidades de elección ante las que, la mayoría de las veces, no se tiene muy claro qué camino tomar.
En realidad hablaba de un tercer estadio, la supermente, que sería otro paso más en el que ya no se plantearían las dudas, sencillamente porque se SABE lo que se tiene que hacer, pero al que sólo habrían llegado algunos pocos místicos y similares y que no merece la pena que entre en el recuento (por su cantidad, que no por su importancia).
Me parece que aunque ya han pasado unos años desde la muerte de Aurobindo, las cifras no han variado sustancialmente.
Gran parte de la humanidad sigue en el estadio en el que permite e incluso prefiere que otros tomen las decisiones por ella y además se cree que lo que sucede es por decisión propia. Otra parte, más pequeña pero creo que también más importante, no deja de plantearse qué se debe y qué no se debe hacer, pensar, omitir… y cierto es que en muchos casos se puede tomar la opción de agarrarse a un clavo ardiendo, pero al menos existe una voluntad de avance y de búsqueda más allá de lo servido en bandeja de plata.
Lo cierto es que no paro de preguntarme qué pensarán y cómo lo verán los pocos sabios que en el mundo son que han llegado al tercer estadio. Se lo deben estar pasando pipa viendo cómo los niños juegan con sus recién estrenadas neuronas.