lunes, 14 de julio de 2014

La amistad





A veces me pongo a pensar. A pesar de ser considerado como el portador de una grave patología epidémica, me pasa de vez en cuando y no puedo evitarlo. Haré lo posible por entrar en razón y acudir al médico lo antes posible.

Y cuando me dan este tipo de brotes, los únicos que me entienden son los amigos. Esa especie que parece que está en vías de extinción acosada por el ataque de los que en realidad, lejos de ser amigos aunque considerados y adorados como tales, son cómplices son compartidores de vivencias que jamás te entienden y nunca te apoyarían, pero te cubren cuando haces cualquier tropelía. A veces creo que contra lo que habitualmente se cree, siguen existiendo ese tipo de especímenes que a pesar de conocerte te quieren y que te dan la mano sabiendo que les vas a coger el brazo.

Y como si fuera una figura redundante sobre sí misma, estaba pensando en la amistad.

Se dice que uno no busca al amigo, que simplemente lo encuentra o no lo encuentra. Y puede ser cierto, pero para ello creo que hace falta una disponibilidad, una actitud y una entrega. De lo contrario, aunque creamos que encontramos a un amigo, lo que realmente encontramos es un cómplice. Y tarde o temprano nos daremos cuenta de eso y tarde o temprano lo pagaremos.
Un amigo no te adora, un amigo te critica. Pero no te critica para así poder pasar por encima de ti, te critica para que seas capaz de dar ese paso que no estás dando. Un paso que posiblemente él tampoco haya sido capaz de dar, pero que sabe que si lo da uno, indefectiblemente lo da el otro. Pero es absolutamente necesario que no lo haga con la intención de dar él también el paso, porque si no, no es amigo.

Paralelamente, no es posible ser amigo de otros si no se cumple un requisito imprescindible. Quizá el requisito más complicado de todos: ser amigo de uno mismo. Y… ¿cómo se consigue eso? Buena pregunta… tengo tentaciones de no estropearlo con una mala respuesta, pero mi patología no me lo permite.

Puede ser que muchos piensen que no se aman realmente a sí mismos, o incluso que amarse a uno mismo es un síntoma de egoísmo soterrado. Pero observe el agudo lector que no estoy diciendo “quererse a sí mismo”, sino “amarse a sí mismo”. La palabra “querer” lleva implícitamente la idea de posesión, y poseerse a sí mismo es estúpido. Si hasta el cuerpo que tenemos es prestado…

Pero uno sí puede amar un camino, una búsqueda constante del bienestar personal. Una búsqueda que si se hace de la manera adecuada, lleva directamente a la imperiosa necesidad de compartirla. Uno no puede amar a nadie si no se ama a sí mismo. Pero no si ama sus costumbres incoherentes, sus manías, sus cerrazones, sus tonterías varias, sino si ama su intención de aventura, su impulso de unión con el entorno en el que se incluye al resto de la gente… 

Porque el amigo no es sólo el que te da la mano para sacarte del pozo, es el que te impulsa para que luego llegues a volar, sabiendo que tú vas a hacer lo mismo con él, pero no teniéndolo en consideración, porque haría lo mismo si tú no le impulsaras. Porque ni que él sea tu amigo significa que tú seas el suyo ni viceversa. Pero la amistad de verdad tiene también esa particularidad: si es verdadera no pide recompensa. Es una amistad, no un favor que hay que devolver.
Claro, que volvemos a lo de antes, difícilmente alguien te puede impulsar a volar si él, aunque no sepa aún volar, no ha visto que tienes alas. Y para que vea que tienes alas primero tiene que ver las suyas.

Y bueno, si surge de verdad la amistad, los dos empezarán a andar un camino… y lo acabarán volando.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por tu aportación.

Equipo 3F.