A veces me pongo a pensar. A pesar de ser considerado como
el portador de una grave patología epidémica, me pasa de vez en cuando y no
puedo evitarlo. Haré lo posible por entrar en razón y acudir al médico lo antes
posible.
Y cuando me dan este tipo de brotes, los únicos que me
entienden son los amigos. Esa especie que parece que está en vías de extinción
acosada por el ataque de los que en realidad, lejos de ser amigos aunque
considerados y adorados como tales, son cómplices son compartidores de
vivencias que jamás te entienden y nunca te apoyarían, pero te cubren cuando
haces cualquier tropelía. A veces creo que contra lo que habitualmente se cree,
siguen existiendo ese tipo de especímenes que a pesar de conocerte te quieren y
que te dan la mano sabiendo que les vas a coger el brazo.
Y como si fuera una figura redundante sobre sí misma, estaba
pensando en la amistad.
Se dice que uno no busca al amigo, que simplemente lo
encuentra o no lo encuentra. Y puede ser cierto, pero para ello creo que hace
falta una disponibilidad, una actitud y una entrega. De lo contrario, aunque
creamos que encontramos a un amigo, lo que realmente encontramos es un
cómplice. Y tarde o temprano nos daremos cuenta de eso y tarde o temprano lo
pagaremos.
Un amigo no te adora, un amigo te critica. Pero no te
critica para así poder pasar por encima de ti, te critica para que seas capaz
de dar ese paso que no estás dando. Un paso que posiblemente él tampoco haya
sido capaz de dar, pero que sabe que si lo da uno, indefectiblemente lo da el
otro. Pero es absolutamente necesario que no lo haga con la intención de dar él
también el paso, porque si no, no es amigo.
Paralelamente, no es posible ser amigo de otros si no se
cumple un requisito imprescindible. Quizá el requisito más complicado de todos:
ser amigo de uno mismo. Y… ¿cómo se consigue eso? Buena pregunta… tengo
tentaciones de no estropearlo con una mala respuesta, pero mi patología no me
lo permite.
Puede ser que muchos piensen que no se aman realmente a sí
mismos, o incluso que amarse a uno mismo es un síntoma de egoísmo soterrado.
Pero observe el agudo lector que no estoy diciendo “quererse a sí mismo”, sino
“amarse a sí mismo”. La palabra “querer” lleva implícitamente la idea de
posesión, y poseerse a sí mismo es estúpido. Si hasta el cuerpo que tenemos es
prestado…
Pero uno sí puede amar un camino, una búsqueda constante del
bienestar personal. Una búsqueda que si se hace de la manera adecuada, lleva
directamente a la imperiosa necesidad de compartirla. Uno no puede amar a nadie
si no se ama a sí mismo. Pero no si ama sus costumbres incoherentes, sus
manías, sus cerrazones, sus tonterías varias, sino si ama su intención de
aventura, su impulso de unión con el entorno en el que se incluye al resto de
la gente…
Porque el amigo no es sólo el que te da la mano para sacarte
del pozo, es el que te impulsa para que luego llegues a volar, sabiendo que tú
vas a hacer lo mismo con él, pero no teniéndolo en consideración, porque haría
lo mismo si tú no le impulsaras. Porque ni que él sea tu amigo significa que tú
seas el suyo ni viceversa. Pero la amistad de verdad tiene también esa
particularidad: si es verdadera no pide recompensa. Es una amistad, no un favor
que hay que devolver.
Claro, que volvemos a lo de antes, difícilmente alguien te
puede impulsar a volar si él, aunque no sepa aún volar, no ha visto que tienes
alas. Y para que vea que tienes alas primero tiene que ver las suyas.
Y bueno, si surge de verdad la amistad, los dos empezarán a
andar un camino… y lo acabarán volando.
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