jueves, 25 de septiembre de 2014

Cuerpo Musical



Hace poco estaba hablando con una amiga actriz, cantante y bailarina, sobre la estructura de la música y las canciones. Le decía que su estructura me recordaba al propio ser humano.

Nosotros tenemos una parte más visceral, una parte de nuestra anatomía en la que se llevan a cabo los procesos más primarios para la vida: la zona abdominal. En cierto modo se podría decir que es la base del resto de procesos del organismo. Si no hay una buena base visceral el resto de funciones se ven alteradas. Sin una buena alimentación y una buena digestión, el combustible que utiliza el cuerpo no es el adecuado y se resiente todo el funcionamiento. De la misma manera, un buen proceso digestivo es el responsable de que dicho combustible esté más o menos cargado de toxinas, y si éstas llegan al cerebro los procesos mentales no se pueden llevar a cabo con la fluidez necesaria.

Algo similar ocurre con los procesos sexuales. El instinto sexual cuando no está debidamente equilibrado puede alterar tanto el pensamiento como las emociones. Y lo mismo podríamos decir de nuestra unión con la tierra; todos sabemos que una territorialidad desequilibrada nos puede llevar incluso a guerras.

De esta manera, comentábamos que en una canción también hay una parte principal que se puede tomar como la base, que serían los tonos bajos, lo que en la música actual llevaría a efecto el bajo eléctrico y en la clásica los violonchelos y contrabajos. Sería en cierto modo como los cimientos en los que se sustenta el edificio musical. Una parte más continua, que se repite con un ritmo determinado pero que va dando una balsa de variedad al tema musical. No tenemos más que poner una música con un poco de volumen y comprobar que esta parte nos “retumba” principalmente en el abdomen.

Luego estaría el acompañamiento y los coros. En este caso nos encontramos con una parte mucho más volátil. Se me antojaba que este segundo nivel está más relacionado con el tórax, con la zona pulmonar. Mucho más asociado al aire, menos “denso” y con tonos más altos que la base anterior, que serían tonos más bajos, más graves. También tendría repeticiones, pero serían mucho menos “cuadriculadas” que las de los bajos.

Y eso daría la pauta perfecta para la melodía principal, que si bien dependiendo de la voz del cantante, puede ser en tonos más o menos graves, en realidad siempre es la parte “más alta” de la canción. En este caso no tiene necesariamente que existir la repetición que se da en los casos anteriores, siendo además la parte que lleva la idea o la sensación principal. Sería más “mental”, lo podríamos relacionar con la zona de la cabeza, del cuello y si el autor es capaz de ello, puede llegar a despertarnos sensaciones que van más arriba de la propia cabeza.

Todo ello estaría regido por el ritmo de la canción, que en la música actual lo lleva la batería, pero que puede estar implícito en el tema. No es alto ni bajo, grave ni agudo… es algo general que si se desfasa acaba con todo el tema musical por completo. Es una cadencia que debe estar en todas y cada una de las partes de la canción. Quizá lo principal es el ritmo.

Comentábamos que nos resultaba curiosa la relación con lo que antiguas culturas asociaban a cada uno de los planos de consciencia. Los tonos bajos serían el plano de tierra, el acompañamiento musical sería el de aire y la melodía el de espacio. Dichos planos estaban también asociados a las partes del cuerpo anteriormente dichas y con funciones perfectamente asociables al propósito de cada “plano” de la canción.
De hecho, si nos ponemos de pie con un poco de tranquilidad y cantamos un tono grave, seremos capaces de notar que éste, a pesar de estar producido lógicamente, por la garganta, tiene una especial vibración en la zona abdominal. Al dar tonos medios, con los que se suele hacer el acompañamiento, la vibración la notaríamos más en la caja torácica, y la melodía casi no la notaríamos, pero si algo sentimos que “vibra” con ella, es la zona de cuello hacia arriba.

Más aún, encontramos información que asociaba el sonido de las vocales a lo que algunas filosofías y religiones orientales llaman chackras y también hicimos el experimento. Con un poco de tiempo, de tranquilidad y un mínimo de sensibilidad, comprobamos que efectivamente, cada vocal “resuena” en una parte del cuerpo distinta asociada a esos centros de comunicación entre planos.

Y evidentemente llega la pregunta de si es el ser humano quien ha elaborado un sistema de comunicación con él mismo y con su entorno como es la música, en base a su propia estructura, o si esos ritmos están en la propia naturaleza y nosotros los reflejamos de manera inconsciente siguiendo su dictado. No está muy claro si el hombre hace la música o la música hace al hombre.

En fin, que no creáis ni dejéis de creer lo que he expuesto. Pensadlo, sentidlo y experimentadlo. Quizá un tema musical bien elaborado tiene una estructura muy similar al cuerpo humano y por eso no podemos concebir el mundo sin la música, cada uno con sus gustos, con sus ritmos, con sus cadencias, con sus melodías… quizá somos instrumentos musicales llevando a cabo entre todos una inmensa sinfonía, y si alguien desafina, la sinfonía no suena bien. 

Quizá sería interesante saber cuál es el tema musical que estamos tocando.

Y con respecto a quién lo ha escrito… bueno, eso ya es otro cantar.

miércoles, 17 de septiembre de 2014

Receta de la Tortilla de Patata o Spanish Omellete según los franceses


Puede parecer que todo español debe saber hacer una tortilla de patata. De hecho, es tan habitual como que todo español deba saber torear. Así que, por si hay algún español que no sepa cómo cocinar tan suculento plato o por si hay algún extranjero al que se le quiera contagiar algo bueno que tenemos los españoles, ahí va la receta de este manjar, que debía estar en la lista de los alimentos preferidos por los dioses griegos junto al néctar (salvo por el detalle de que eran griegos, y de tortillas de patata no tenían ni idea).


Ingredientes: 
                                                              
-          Patatas (fundamentales, se nota en el nombre de la receta). Normalmente uso cuatro o cinco patatas medianas tirando a grandes porque soy así de chulo.
-          Huevos (también fundamentales en muchos momentos de la vida, pero en este caso nos ceñiremos a su vertiente culinaria). Seis huevos medianos suelen ser suficientes, pero como lo de “medianos” no lo solemos tener muy claro, conviene tener algún otro en la reserva (vamos, como en la vida misma).
-          Una o dos cebollas grandecitas.
-          Aceite (me gusta el virgen extra, pero en eso, cada cual que asuma su responsabilidad).
-          Sal (utilizo la marina, como los yanquis cuando quieren conquistar un nuevo territorio).
-          Papel de cocina o pañuelo para secar las lágrimas que nos va a producir el proceso de cortar la cebolla.
-          Sartén en la que no se peguen las cosas (teflón, cerámica, etc.) Se puede usar una normal, pero el esfuerzo nunca va a ser recompensado y sin embargo, si el resultado es malo, sí será criticado. Sufrimientos los mínimos.
-          Cuchara de madera para remover el mejunje que vamos a hacer.
-          Espumadera para sacar las patatas y la cebolla si bien reconozco que nunca he entendido el motivo de que se llame “espumadera” a algo que no hace espuma.
-          Mesa, encimera o similar para poner las cosas, y cocina. Casi más fundamentales que todo lo anterior salvo que queramos comer un mejunje crudo en el suelo.


Cinco y Acción

Se cortan las patatas (también es harto recomendable pelarlas antes, como en la mili) en trocitos pequeños o “dados”. Se van poniendo en un plato con cuidado y cariño.

Se corta la cebolla en trocitos pequeños. Se va poniendo en otro plato o en el mismo si caben, entre lágrimas, moqueo y estornudos (de ahí lo del papel o pañuelo antes mencionado).

Se calienta abundante aceite (al igual que en los Autos de Fe de la Edad Media) y antes de que éste comience a humear cual locomotora, se depositan cuidadosamente las cebollas y las patatas.  Lo de “cuidadosamente” es porque si el aceite salta, tiene la mala costumbre de quemar, y en ese caso a los ingredientes anteriormente mencionados habría que añadir un botiquín casero.

Se añade un poco de sal al gusto y se remueve constantemente (como los políticos los fallos del contrario) con la intención de que no se peguen (en este caso al revés que los políticos).

Cuando veamos que las patatas están adquiriendo un color amarillo tostadito y las cebollas hayan perdido su tersura y sean una cosa blanda y fláccida (me niego a hacer chistes a este respecto), cogemos hábilmente la espumadera y ponemos todo ese producto en un colador, que no he enumerado en los ingredientes, pero lo podemos añadirlo ahora, que para eso estamos en la cocina y no nos pilla tan lejos. Entonces colocamos el resultado sobre una pequeña olla o recipiente para que vaya soltando el aceite sobrante (ahora iba a hacer un chiste de LocoMía, pero no me acuerdo).

Batimos con vigor, alegría y alguna lágrima restante (es conveniente que ésta no caiga en el preparado) los huevos… los de la gallina.

Vaciamos el recipiente del aceite sobrante y mezclamos las patatas-cebollas y los huevos.

Nota del autor: atentos, reciclar es vivir, así que nada de tirar el mencionado aceite sobrante  al fregadero, cada cual que busque un método de almacenamiento para no cargarse el planeta a la tercera tortilla.

El resultado debe ser algo jugoso. No es que las patatas y las cebollas naden en los huevos a modo de “Liberad a Willy”, pero lo importante es que no parezca que vamos a hacer un pegamento en vez de una comida.

Se calienta un poco de aceite en una sartén antiadherente (si es de teflón mejor que no esté rallada, que es tóxico, lo dicen los señores calvos con gafas y bata blanca que han estudiado).

Se vierte el producto en la sartén y comienza la parte más  difícil a la par que artística de todo este tinglado.

Se van separando los bordes de la proto-tortilla de los bordes de la sartén con la cuchara de madera (hay quien usa un tenedor… allá cada cual). De vez en cuando movemos salerosamente la sartén para evitar que la base de la futura tortilla se quede pegada a la sartén y nos fastidie el invento.

Cuando veamos que los bordes tortilliles están cuajados y la parte central empieza a solidificar también (esto va en gustos, haya quienes les gusta más hecha y a otros menos), usamos nuestra habilidad manual para poner un plato sobre la sartén y dar la vuelta a la tortilla (tómese esta frase de forma literal, no metafórica). Si comprobamos que ha quedado cuajadita por ese lado, depositamos con amor y cariño la tortilla del lado crudo.

En caso de que no haya quedado suficientemente hecha, no hay ley (todavía, nunca se sabe) que prohíba ponerla un poco más.

Con la semitortilla haciéndose por el segundo lado, se sigue el mismo proceso que cuando hicimos el primero. Se permite la comprobación de su estado con la maravillosa idea, nunca bien ponderada, del plato que facilita dar la vuelta  a la tortilla.

Una vez hemos comprobado que ha quedado hecha por ambos lados y que no se desparrama como si fuera una fabada, la colocamos suavemente sobre un nuevo plato intentando que quede en el centro de éste. No es fundamental tal licencia decorativa, pero queda mejor la tortilla en el centro del plato que en un lado emulando al cuadro de los relojes blandorros de Dalí, que dan muy mal rollo.

Se recomienda acompañar con un poco de pan y una cervecita.

Manjar de dioses… estos seguidores griegos de Zeus no tenían ni idea… por eso desaparecieron.