Estaba pensando en la tormenta mediática que hay actualmente
con respecto a los casos de ébola que traspasan las fronteras de los países en
los que habitualmente se producían.
No pretendo escribir un artículo sobre actualidad, mi
intención es que esto se pueda leer dentro de unos años y continúe vigente,
pero me ha servido para darme cuenta de un par de cosas.
El virus de ébola lleva cerca de cuarenta años (hasta donde
se tiene constancia) afectando a la población de Sierra Leona, Liberia, Ghana y
algún que otro país africano. De todos y por todos era sabido que se trataba de
un microorganismo especialmente virulento y que además, dadas las condiciones
de higiene y nutrición de esos países, se encontraba con un caldo de cultivo
maravilloso para transmitirse con facilidad.
Todos los países que no pertenecen a África conocían la
existencia del bichito (bueno, algunos no consideran “bichitos” a los virus
porque no tienen capacidad reproductiva… como las mulas, pero eso es otro
tema). El caso es que nadie escapaba a su conocimiento. La industria del cine
nos expuso en varias películas una catastrófica posibilidad si el ébola
traspasaba las fronteras. Afortunadamente, los heroicos miembros de la CDC
(Centro de Control de Enfermedades), del Pentágono, los Marines y algún otro
sabio, a pesar de la cabezonería de algún que otro alcalde, lograban detener el
brote y evitar que la infección acabara con la humanidad antes que acabara la
película.
Y nosotros veíamos la peli y luego nos quedábamos tranquilos,
porque eso sólo les pasa a los pobres negritos. Sí, pobrecitos, ¡qué se le va a
hacer! Si hubieran nacido en Nueva York o en Madrid no tendrían esas
preocupaciones, pero se equivocaron al elegir tierra y color. Nosotros a lo
nuestro.
Pero la Naturaleza, independientemente de que la creación y
transmisión del bichito haya podido contar con cierta ayuda humana, nos está
mostrando algo que seguimos sin querer ver.
Para explicarlo mejor, también me voy a remitir al momento
actual de la sociedad, en este caso de la española (para que veamos que a veces
la sociedad sirve para algo).
Todos los días vemos que hay personas a nuestro alrededor
que son injustamente expulsados de sus casas, que los echan de su trabajo, que
les bajan el sueldo… y ¿qué hacemos nosotros? Habitualmente no mucho.
Seguimos
con nuestra vida sin pensar mucho en ello. Mientras no nos toque a nosotros, no
hay problema. Eso le ha pasado a otro y punto. No me afecta salvo que me pase a
mí.
Y nos quedamos tan intranquilamente tranquilos, porque sabemos
que en realidad las cosas no funcionan de esa manera. Como especie que se ha
asentado en un mismo planeta y como sociedades con un funcionamiento cada vez
más global, deberíamos ser conscientes de que lo que le pase al de al lado me
afecta a mí. No puede estar mal la persona que tengo a dos metros sin que yo
esté también mal y viceversa.
Si esos a los que llamamos “los demás” pierden su trabajo el
dinero lo van a manejar de manera distinta (si es que les queda dinero que
manejar, claro) y ello va a repercutir, como está sucediendo, en la economía de
manera que también afecta a quien tiene trabajo. El consumo es distinto, se
mueven diferentes productos y de diferentes calidades y los precios suben o
bajan dependiendo de factores que antes no estaban activos.
Con el ébola ha pasado lo mismo. Cuando África era una
fábrica de diamantes o de cualquier producto de la Naturaleza que los blancos
necesitábamos para esta maravillosa sociedad que nos hemos montado, íbamos
allí, explotábamos a los nativos, se les mantenía malnutridos para reducir
gastos y si caían en batalla… mala suerte, un negrito menos.
Pero todo eso fue creando una bola de nieve (o de arena en
este caso dada la localización) y se creó un terreno maravilloso para todo tipo
de proliferaciones víricas y bacterianas. Mala alimentación, desnutrición,
falta de tratamientos de salud, pruebas de medicamentos, falta de ayudas para
la supervivencia más básica (recuerdo que había sitios en los que no tenían
agua y que sin embargo decían que llegaba “la chispa de la vida”).
Y pensábamos lo mismo que pensamos ahora con el desahucio
del vecino, que como a mí no me ha tocado, ni me afecta ni me entero.
Pues no. Pues claro que nos afecta. A la vista está. A nivel
social, económico y de salud.
¿Alguien ha estado junto a una persona que se ríe y no ha
sido contagiado por su risa? ¿alguien ha estado junto a una persona que llora y
no ha tenido que sujetar sus propias lágrimas? ¿alguien ha estado al lado de
una persona triste y no ha notado ese nudo en el corazón? ¿alguien piensa que
estamos hechos de diferente materia, que funcionamos distinto o que no tenemos
más conexiones que nuestra piel?
Desgraciadamente sí. Mucha gente piensa así. Mucha gente
sigue pensando que su sombrero y sus zapatos son sus límites y que todo aquello
que está más allá de su pellejo no tiene que ver con él. Mucha gente sigue
creyendo que existe realmente el concepto de “otro”.
Y quizá ahora, cuando tenemos más cerca (me refiero en la
pantalla de la televisión y en nuestro territorio nacional) los casos de
enfermos que antes estaban poco menos que en otro planeta, podríamos
replantearnos la lección que nos llevan dando esas personas que han nacido en
esos países. En lugar de verlos con pena quizá deberíamos verlos con un respeto
que nunca les hemos tenido, porque su vida y su muerte nos está avisando de que
no estamos desconectados, de que lo que le pase al pobre negrito del África
tropical me afecta a mí, te afecta a ti.
Obviamente es necesario buscar algún tratamiento médico,
pero deberíamos también llevar adelante un tratamiento de respeto. Porque nos
están enseñando mucho más de lo que, visto lo visto, somos capaces de entender.
De acuerdo completo contigo. No acabamos de empatizarnos con el otro salvo en determinadas casos, como el amor y sus intereses de deseo y colaboración. Es un complejo aprendizaje y praxis constante, pero ya hay ejemplos positivos por doquier.
ResponderEliminarEstoy totamlente de acuerdo contigo en que hay muchos ejemplos positivos. Personalmente creo que en tiempos interesantemente complicados como los que estamos viviendo, surge la oportunidad de colaboración y de ayuda y muchsa gente lo está haciendo. Afortunadamente uno se encuentra muchas personas que colaboran de forma voluntaria y desinteresada para ayudar a otras personas que no están pasando por una buena situación económica o social.
EliminarEn estos tiempos, precísamente por lo convulso, hay oportunidades que no debemos aprovechar. No hay que agradecer que haya quien lo está pasando mal para poder ejercer, ególatramente, el papel de buen samaritano, pero ya que se está produciendo esta situación, ahora es cuando debemos demostrar que estamos todo en el mismo barco y que además no hay pasajeros. Todos somos tripulación.