En el Génesis Bíblico se cuenta la historia de la creación
del ser humano. Obviamente si lo tomamos como algo literal, no hay más que
añadir. Si lo interpretamos como se ha enseñado en el cristianismo tampoco hay
mucha opción. Pero si nos atenemos un poco a la simbología que deriva de
culturas más antiguas, de la que el cristianismo (como todas) han bebido,
podemos encontrarnos con curiosas sorpresas. Quizá quienes lo escribieron no
estaban diciendo nada nuevo, sino adaptando o más bien tomando símbolos que
aunque hoy nos parezcan en desuso, en esa época estaban vigentes, para que el
relato calara más hondo.
Vamos a hacer una posible interpretación de algunos pasajes
del Génesis. No digo que quienes lo escribieran pensaran exactamente esto,
pero… ¿por qué no?
Podríamos empezar por el verbo. Quizá se refiera a la
palabra, a la vibración (una de las pocas cosas inherentes a todo el plano
físico), algo que existe en todo el universo. No me refiero al sonido, porque
en el espacio no se propaga, pero sí las vibraciones, las longitudes de onda.
También el verbo es la parte de la oración que implica la
acción. Una frase sin verbo es una frase sin acción, una frase muerta. En
cambio, un verbo por sí mismo puede llevar a la acción. El resto de la frase no.
¿Al principio fue la acción o la vibración? Obviando que la
vibración es una acción (la de vibrar), podemos pensar que la acción de la vibración
conlleva a algo que se puede producir y repetir en todo el cosmos. Sin acción
no existe la vibración y sin vibración no es posible el movimiento de la vida.
Si vamos un poco más adelante, nos encontramos con un
Creador que parte de la tierra, la mezcla con agua, la sopla, y a partir de ahí
crea al hombre. Entonces entramos en otra simbología usada antiguamente por
filosofías y religiones orientales.
Para ellas el hombre tiene tres planos de consciencia en los
que se mueve en su vida habitual. Por una parte está el plano físico, lo denso,
lo meramente material que está representado por el mismo cuerpo del planeta: la
tierra. También se desenvuelve en un plano más dinámico pero que puede crear
corrientes y retenciones al que se denominó plano de agua por similitud con ese
elemento. Pero también vive en un plano más etéreo, más difícil de concretar, más
aéreo; y ahí es donde el aire, el tercer elemento, se identifica con la mente.
Lo que distingue al hombre del resto de los seres que habitan en este planeta
(me refiero a los seres visiblemente
identificables) es la mente, la intelectualidad, la más difícil de identificar
y capturar, como el aire.
Y curiosamente ese aspecto que nos distingue de los
demás animales es directamente insuflado por la divinidad. Nos hace de barro
(tierra y agua que se supone que coge del propio suelo) pero al llegar al aire
no lo coge del planeta. Pone Él el suyo.
Y a partir de ahí crea al ser humano. Pero no crea a uno
solo. Si bien en principio crea a Adán y a Eva la deja para después, primero
crea al principio masculino, a la acción y a partir de eso puede crear al
principio femenino, el conservador y también creador.
Y los crea desnudos, que no significa sin ropa, significa
“sin nudos”. Los crea sin retenciones y en un Paraíso (eso sí, terrenal).
Tienen todo lo necesario para sobrevivir. Y así están un tiempo indefinido (puede
que un tiempo de desarrollo) hasta que el Creador parece que comprueba que
necesitan un avance más que no son capaces de dar por sí mismos.
En ese momento les hace fijarse en un árbol, un fruto de la
tierra de la que proceden. Pero no es un árbol cualquiera, es el Árbol de la
Ciencia del Bien y del Mal. Su fruto es la manzana, la cual fue creada por los
celtas mediante injertos y que a partir de ahí comenzó a simbolizar la
sabiduría y el conocimiento. Algo que podría estar acercando a la pareja a la
parte más complicada de su desarrollo, ya que ahí está “la ciencia”, el
conocimiento mental. Ya tienen mente, pero todo les ha sido dado, no la han
ejercitado. Ni siquiera saben lo más básico y a la vez lo más complicado: la
diferencia entre el bien y el mal.
Ante un reto así, Adán y Eva actúan como lo que son
mentalmente. Cual si fueran niños, evitan todo contacto con el árbol. Lo tienen
ahí pero no queda muy claro si por falta de curiosidad o por obediencia ciega,
no se acercan.
Y deben hacerlo, pero por decisión propia. El paso lo tienen
que dar queriendo hacerlo… lo cual no significa que no se necesiten ciertas
ayudas.
Entonces el Creador actúa como un profesor ante unos alumnos
infantiles cuando quiere que hagan algo. Les dice que no lo toquen y mira hacia
otro lado.
Pero es tanta la obediencia asociada a la falta de criterio
propio, que la prohibición les detiene. Y el Creador pone en marcha la segunda
parte del plan: la ayuda de la serpiente.
Posteriormente identificada con la maldad y con el Diablo,
la serpiente simbolizaba en las antiguas culturas el espíritu de la Tierra, las
energías que mueven el planeta por dentro y que nos mueven a nosotros como
habitantes e hijos de él. Unas energías que nos unen con los principios más
físicos, pero que son en los que se basa el funcionamiento de todo animal.
Y el Creador se vale de ese instinto básico del recién
creado humano para que éste se salte la prohibición. Nada hay más atractivo que
lo prohibido, sobre todo cuando alguien o algo alimenta tu instinto y te dice
que el guardián no lo va a notar. En este caso es más que eso, porque la
serpiente les comunica que si comen de esa fruta, podrán ser iguales al
Creador…
… lo cual puede que sea la intención del propio Creador, la
unión eterna de sus creaciones con Él, pero eso sería otra historia.
Y comen.
Y ahí entra el tercer elemento que echábamos en falta: el
fuego.
Porque el Creador les dice que debido a lo que han hecho
deben salir del Paraíso. Es algo que se ha tomado como castigo, pero que en
realidad es el comienzo de la evolución del ser humano a partir de sus propias
capacidades y habilidades.
Y es un ser espiritual, un Arcángel (Gabriel, el Héroe de
Dios que será quien anuncie a María su destino) quien, con una espada de fuego,
de acción violenta, repentina y que destruye los ritmos pasados, les indica el
camino a seguir. La salida del Paraíso. El comienzo de camino como seres evolutivos,
responsables de sus pisadas. Vestidos (ya no están des-nudos, ya tienen nudos o
al menos los ven y tienen que deshacerlos) y quizá no con el conocimiento, pero
sí con el impulso que les lleva a la aventura… la aventura de acercarse de
nuevo a ese Creador que nunca les dejó y que puede que en el fondo, esté
deseando que sean como Él, porque no hay nada apartado de Él, porque no hay
nada que no sea Él… porque no son otra cosa.
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