A la mañana siguiente, aún sin recuperarme de lo acontecido
el día anterior y mientras paseaba por el sagrado recinto, vi al Gran Maestro
Toi–Xing junto a un árbol. En un principio me surgió la duda de si acercarme a
él o evitarlo. Por una parte se trataba de uno de los más grandes sabios que
había en la zona y quizás en el mundo, pero por otro lado establecer
conversación con él no estaba exento de ciertos riesgos. Aun así decidí hacer
lo primero.
Estaba agachado, absorto, ni siquiera pareció reparar en mi
presencia. En un principio creí que estaba concentrado en mundos a los que sólo
tienen acceso los místicos y los iluminados. Luego caí en la cuenta de que
estaba durmiendo.
Intenté darme la vuelta sigilosamente para no despertarlo.
Demasiado tarde. Una voz escamoteada por un enorme bostezo acertó a decir:
–Oh, el homble chino
y español, no habelte visto.
De nuevo sus ojos me escrutaron como si dos misiles
tierra–tierra estuvieran centrando el punto de mira sobre su objetivo.
–Verá, Gran Maestro –dije entre balbuceos y agachando la
cabeza– venía a pedirle perdón por lo sucedido ayer.
– Oh, no, sel yo quien tenel que pedil peldón. Sel yo quien
estal flente a un maestlo.
– ¿Cómo dice?
– Estal muy clalo. Tú ayel quelel paltilme cala y hoy quelel
pedilme peldón. Dos sentimientos sincelos pelo contlapuestos. Si tú sel capaz
de manejal sentimientos tan distantes en tan poco espacio de tiempo tú estal
muy celca de la maestlía.
Esta vez ni siquiera a mí se me
escapaba la mordacidad del comentario, así que sospeché que se estaba guardando
lo mejor para restregármelo en breve. Aun así decidí dar el primer paso.
– Maestro, usted sabe que no
soy nada de eso. Reconozco que ayer no estuve a la altura y por eso le pido
perdón. Ignoraba que estaba ante un Maestro.
– Ah... –exclamó con cierto
aire teatral, porque la verdad es que se veía a la legua que tenía
perfectamente pensado su siguiente movimiento– tú quelel decil que pedil peldón
polque yo sel glan maestlo... si yo sel un jaldinelo ¿también venil a pedil
peldón?
Tal y como sospechaba, me había
preparado una encerrona y yo había caído. Me daba la sensación de que dijera lo
que dijera, la iba a fastidiar otra vez.
– Pues... no... posiblemente
no.
– Ah, entonces tú no sabel
leconocel la veldad si no estal anunciada.
– ¿Cómo dice?
– Si mismas palablas y mismas
enseñanzas que yo te di ayel las dice un jaldinelo tú no hacel caso. Entonces
tú no leconocel veldad si no la dice un maestlo. ¿Tú pensal que un jaldinelo no
podel decil glan veldad?
– Bueno... supongo que sí...
– Entonces sabel leconocel
veldad pero sel mentiloso.
Ya me estaba poniendo nervioso,
pero no quería caer en su juego.
– ¿Puedo saber por qué me dice
eso?
– Clalo, muy sencillo. Tú decil
plimelo que venil a pedil peldón a mi pelsona polque sel maestlo, no polque
maestlo decil veldad. Pelo luego decil que sabel leconocel veldad aunque no la
diga maestlo. Entonces ¿pol qué pedilme peldón a mí? En todo caso tenel que
pedil peldón a veldad.
En ese momento intenté buscar
la imagen del pez más estúpido que se me ocurriera mordiendo un anzuelo que se
veía a la legua. Evidentemente el papel de pez era el mío.
– Maestro... yo... la verdad es
que no sé qué responder.
– Yo sabel eso. Tú sel
ilesponsable.
– ¿Cómo?
– Lesponsabilidad sel capacidad
de lespondel y capacidad de lespondel sel conocimiento. Si no sel capaz de
lespondel no sel lesponsable y si no sel lesponsable no tenel conocimiento.
– Creo que empiezo a entender
algo– dije en un arrebato de humildad.
– No sel mala lespuesta pala
alguien que no sabel lespondel. Al menos sel sincela.
Por una fracción de tiempo me
dio la sensación de que por primera vez, Toi–Xing me miraba con ojos más
tiernos y no con puñales camuflados en sus pestañas. Eso también hizo que algo
en mi interior se enterneciera y cambiara de actitud.
– Maestro, ayer me dijo un
monje que no hay persona que esté unos pocos minutos junto a usted y que se
vaya sin una enseñanza.
Toi–Xing me miró de reojo, alzó
una ceja consiguiendo que uno de sus ojos pareciera medianamente redondo y
levantó el bigote en una mueca parecida a una sonrisa pícara, lo cual
conseguía, y que Buda me perdone, que fuera aún más feo.
– Entonces tú tenel suelte.
Estal muy pocos minutos conmigo y habelte llevado muchas.
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