domingo, 8 de marzo de 2015

CAPÍTULO 1



A la mañana siguiente, aún sin recuperarme de lo acontecido el día anterior y mientras paseaba por el sagrado recinto, vi al Gran Maestro Toi–Xing junto a un árbol. En un principio me surgió la duda de si acercarme a él o evitarlo. Por una parte se trataba de uno de los más grandes sabios que había en la zona y quizás en el mundo, pero por otro lado establecer conversación con él no estaba exento de ciertos riesgos. Aun así decidí hacer lo primero.

Estaba agachado, absorto, ni siquiera pareció reparar en mi presencia. En un principio creí que estaba concentrado en mundos a los que sólo tienen acceso los místicos y los iluminados. Luego caí en la cuenta de que estaba durmiendo.

Intenté darme la vuelta sigilosamente para no despertarlo. Demasiado tarde. Una voz escamoteada por un enorme bostezo acertó a decir:

 –Oh, el homble chino y español, no habelte visto.

De nuevo sus ojos me escrutaron como si dos misiles tierra–tierra estuvieran centrando el punto de mira sobre su objetivo.

–Verá, Gran Maestro –dije entre balbuceos y agachando la cabeza– venía a pedirle perdón por lo sucedido ayer.

– Oh, no, sel yo quien tenel que pedil peldón. Sel yo quien estal flente a un maestlo.

– ¿Cómo dice?

– Estal muy clalo. Tú ayel quelel paltilme cala y hoy quelel pedilme peldón. Dos sentimientos sincelos pelo contlapuestos. Si tú sel capaz de manejal sentimientos tan distantes en tan poco espacio de tiempo tú estal muy celca de la maestlía.

Esta vez ni siquiera a mí se me escapaba la mordacidad del comentario, así que sospeché que se estaba guardando lo mejor para restregármelo en breve. Aun así decidí dar el primer paso.

– Maestro, usted sabe que no soy nada de eso. Reconozco que ayer no estuve a la altura y por eso le pido perdón. Ignoraba que estaba ante un Maestro.

– Ah... –exclamó con cierto aire teatral, porque la verdad es que se veía a la legua que tenía perfectamente pensado su siguiente movimiento– tú quelel decil que pedil peldón polque yo sel glan maestlo... si yo sel un jaldinelo ¿también venil a pedil peldón?

Tal y como sospechaba, me había preparado una encerrona y yo había caído. Me daba la sensación de que dijera lo que dijera, la iba a fastidiar otra vez.

– Pues... no... posiblemente no.

– Ah, entonces tú no sabel leconocel la veldad si no estal anunciada.

– ¿Cómo dice?

– Si mismas palablas y mismas enseñanzas que yo te di ayel las dice un jaldinelo tú no hacel caso. Entonces tú no leconocel veldad si no la dice un maestlo. ¿Tú pensal que un jaldinelo no podel decil glan veldad?

– Bueno... supongo que sí...

– Entonces sabel leconocel veldad pero sel mentiloso.

Ya me estaba poniendo nervioso, pero no quería caer en su juego.

– ¿Puedo saber por qué me dice eso?

– Clalo, muy sencillo. Tú decil plimelo que venil a pedil peldón a mi pelsona polque sel maestlo, no polque maestlo decil veldad. Pelo luego decil que sabel leconocel veldad aunque no la diga maestlo. Entonces ¿pol qué pedilme peldón a mí? En todo caso tenel que pedil peldón a veldad.

En ese momento intenté buscar la imagen del pez más estúpido que se me ocurriera mordiendo un anzuelo que se veía a la legua. Evidentemente el papel de pez era el mío.

– Maestro... yo... la verdad es que no sé qué responder.

– Yo sabel eso. Tú sel ilesponsable.

– ¿Cómo?

– Lesponsabilidad sel capacidad de lespondel y capacidad de lespondel sel conocimiento. Si no sel capaz de lespondel no sel lesponsable y si no sel lesponsable no tenel conocimiento.

– Creo que empiezo a entender algo– dije en un arrebato de humildad.

– No sel mala lespuesta pala alguien que no sabel lespondel. Al menos sel sincela.

Por una fracción de tiempo me dio la sensación de que por primera vez, Toi–Xing me miraba con ojos más tiernos y no con puñales camuflados en sus pestañas. Eso también hizo que algo en mi interior se enterneciera y cambiara de actitud.

– Maestro, ayer me dijo un monje que no hay persona que esté unos pocos minutos junto a usted y que se vaya sin una enseñanza.

Toi–Xing me miró de reojo, alzó una ceja consiguiendo que uno de sus ojos pareciera medianamente redondo y levantó el bigote en una mueca parecida a una sonrisa pícara, lo cual conseguía, y que Buda me perdone, que fuera aún más feo.

– Entonces tú tenel suelte. Estal muy pocos minutos conmigo y habelte llevado muchas.

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