miércoles, 27 de mayo de 2015

ANTES QUE DIOS FUERA DIOS...



Corre la leyenda de que allá por el siglo X hubo una disputa entre dos familias. Los Quirós y los Velasco discutían acerca de cuál de sus linajes era más antiguo. Ante el panorama que empezaba a derivar en violencia, el Obispo de Salamanca, que estaba presenciando la escena, dijo una sentencia que ha pasado a la historia: “Antes que Dios fuera Dios, y los peñascos peñascos, los Quirós son los Quirós, y los Velasco, Velasco”. Con eso se zanjó la cuestión. 

Mucho ha dado que hablar la frase, especialmente por la primera parte, ya que parecía inapropiado que todo un obispo hiciera alusión a un tiempo anterior a que Dios fuera Dios… ¿Estamos ante una irreverencia o ante una blasfemia?

Quizá para entender lo que el obispo quería decir hay que ir un poco más allá. Concretamente a la segunda parte de la frase, a la que hace alusión a los propios apellidos. Tengamos en cuenta que si bien en aquélla época aún no existía la Universidad de Salamanca (creada en 1218), cuna y referencia de las universidades europeas, sí existían desde 1130 una serie de Escuelas Catedralicias que albergaban más saber y más documentos de los que podemos imaginar, ya que muchos se han perdido desde entonces.


QUIRÓS

Quirós es un apellido que se dice tiene su origen en Galicia. Quiroga (que en el fondo es el mismo que el anterior) lo tiene en Asturias. Ambos se centran en la cornisa cantábrica, en pueblos eminentemente marineros y curiosamente muy cerca del fin del Camino de Santiago.

Podemos enmarañarnos en genealogías, procedencias e historia, pero entre ellas está la hipotética procedencia de dichos apellidos de la palabra “Quirón”, el centauro que fue tutor de héroes como Asclepio y Herakles (Esculapio y Hércules).

No es descabellada la idea de asociar los centauros a la antigua raza de los Kynetes,  Kyretes o Curetes (de la que también hay quien hace derivar la palabra jinete), que era un pueblo que algunos hacen proceder de Creta. Para ellos, el dios asociado posteriormente por los griegos a Zeus era llamado Kuros (¿alguien ve la asociación con el nombre del Centauro y el apellido?).

Según el historiador griego Estrabón, los Kynetes habitaban la mítica Tartessos (no en vano Jerez era Keret) y fueron unos de los responsables de la lucha de los dioses y los titanes. Éstos últimos, asociados históricamente con los gigantes, engloban pueblos contra los que luchó entre otros el héroe protogriego Herakles.


HERAKLES

Más conocido por Hércules que es su nombre romanizado, según autores como Louis Charpentier se trataba de un cuerpo de guerreros pregriegos que comenzaron a formar los principios de la cultura helena. Entre sus trabajos, como el robo de las manzanas del Jardín de las Herpérides o de la lucha contra el gigante Anteo, el autor ve precisamente la descripción de la lucha entre los titanes o gigantes (que él hace derivar de pueblos descendientes de la mítica Atlántida) y los nuevos pobladores, los dioses u olímpicos.

Igualmente, y dejando de lado la posible existencia de la Atlántida, sí parece coherente que las aventuras de Herakles describan el paso de la cultura nómada a la sedentaria al comenzar a controlar el cultivo (las mentadas manzanas de las Hespérides) y la ganadería (el robo de los bueyes de Gerión, otro gigante).

Los estudiosos no logran ponerse de acuerdo en cuanto a las fechas en las que pudo suceder ésto, pero se habla de aproximadamente 8000 años antes de Cristo.

De esa manera, y si bien tradicionalmente los centauros eran malhumorados, Herakles se encontró con Quirón, que era amable y aceptó la tutela de los héroes pregriegos. Hay quien ve en ello una clara alusión a que pueblos anteriores, en decadencia pero aún resistiendo, luchaban contra los nuevos pobladores, comienzo de una nueva civilización, pero también existió la comprensión de algunos de los sabios antiguos que lejos de resistir el curso de los acontecimientos, preferían transmitir su sabiduría y conocimientos a los que iban a “hacerse cargo” de esa nueva civilización.

Fueron estos representantes de la antigua civilización quienes también transmitirían los conocimientos necesarios para llevar a cabo la construcción de dólmenes y menhires (los últimos tienen actualmente una datación del 2500 a. C. aproximadamente).

Dichas construcciones, que unos califican como funerarias, otros como religiosas y otros incluso como intentos de variar ciertas corrientes energéticas de la tierra, fueron especialmente importantes en toda la cornisa atlántica (Península Ibérica, Francia, Gran Bretaña, Dinamarca y Suecia).


VELASCO

Parece que casi todos los estudiosos están de acuerdo con que los Pelasgos eran una serie de pueblos que habitaban en la zona de Grecia antes de que los primeros griegos hicieran su aparición. Lo que no tienen tan claro es su procedencia, si bien admiten que al tratarse de varios pueblos con la misma denominación por parte de los griegos, posiblemente cada uno pudiera ser distinto de los otros.

En algunos casos se los hace derivar de la palabra pelargo o cigüeña debido a sus costumbres migratorias. En otros casos se los hace derivar directamente de pueblos que provenían del mar, sin especificar de qué mar se trataba. Quizá lo más curioso es que según Herodoto, fueron estos pelasgos de quienes recibieron los griegos los dioses olímpicos.

Volviendo a la proposición de Charpentier, podríamos pensar que se trataba de pueblos descendientes de la Atlántida, asociados con los gigantes y los “dioses venidos del mar” de los que proceden los vascos. 

Indudablemente lo que podemos asegurar es que estamos de nuevo ante la presencia de unos pueblos que eran anteriores a los primeros griegos y que tuvieron una enorme importancia en el cambio de cultura que dio paso a una nueva civilización.


DAMAS

No puedo finalizar este pequeño atisbo sin hablar de algo que resulta enormemente importante para el tema que nos atañe. Me refiero a la cultura matriarcal. 

Ni siquiera los expertos se ponen del todo de acuerdo en los tiempos. Algunos ya hablan de que estatuillas como la Venus de Willendorf estaban representando los comienzos de la cultura matriarcal (la estatuilla está datada entre el 22000 y el 40000 a. C.). Igualmente, otras imágenes bastante más elaboradas como la Dama de Baza, la Dama de Elche o la Dama Oferente, serían las últimas referencias a ese sistema encabezado por la mujer. Estas últimas están datadas aproximadamente en el siglo IV a. C. 

De lo que queda poca duda es de que se unen unos pocos datos, pero de capital importancia para sacar ciertas conclusiones:

-         Todos estos sucesos estaban comprendidos en la época matriarcal, antes de la llegada del patriarcado.
-         Hubo varios pueblos, que la cultura popular ha derivado en apellidos, que estuvieron directamente implicados en los comienzos de la civilización tal y como la conocemos.
-         En esas épocas se hicieron los grandes megalitos que son representantes tanto del comienzo de una nueva cultura como del final de la anterior.
-         El obispo de Salamanca quizá sabía algo de esto, porque…

… antes que Dios fuera Dios (porque era diosa) y los peñascos, peñascos (porque aún no se habían construido los dólmenes y menhires), los Quirós ya eran Quirós, y los Velasco, Velasco (ya existían los dos pueblos de los que provenían las familias en discordia).

Claro, también pudo ser una falta de respeto a la divinidad por parte del santo varón, pero me cuadra menos.

domingo, 26 de abril de 2015

LA ERA DE ACUARIO



No, no quiero ser astrólogo ni lo soy, pero sin intención de encomendarme a Rappel ni de aparecer en las páginas de astrología de cualquier diario, no puedo evitar que me venga a la cabeza que estamos en la Era de Acuario (mira, un pareado).

Para quien no lo sepa, parte de los antiguos astrónomos (nada que ver con muchos de los actuales) sabían muy bien lo que hacían. Para empezar fueron capaces de dividir en eras astrológicas perfectamente medibles el tiempo y el comportamiento social –si bien la sociedad no necesariamente sabía de astrología– que aún se pueden comprobar. Sin ir más los, los astrólogos egipcios midieron la precesión de los equinocios, labor que precisa de una observación meticulosa y unos buenos cálculos.

Y la Era de Acuario está caracterizada por muchas acciones, pasadas y presentes que verán la luz. Miremos alrededor. Será casualidad.

Pero históricamente, hasta hace muy pocos años se habín aceptado con los ojos cerrados todo tipo de versiones oficiales tanto de la historia como de la religión o de la política. Ahora se revisan todas ellas y surgen, más que nunca, voces discordantes con datos que tiran por tierra muchas de las bases de todas.

Alguien puede decir que se debe a las nuevas tecnologías, pero una cosa son las tecnologías a las que una sociedad llegue y otra su aceptación y su orientación. Y lo cierto es que la tecnología, que permite un descubrimiento se haga público con tremenda rapidez y que exista un mayor acceso a conocimientos tanto oficiales como extraoficiales, está a la orden del día para revisar, criticar y trastocar las versiones oficiales de casi todo, dejando curiosamente al descubierto cosas que, durante incluso cientos de años, habían sido ocultas y secretas. Será casualidad.

Aún así, continúan los intentos por tumbarse en el antiguo jergón de ocultar lo que interesa a quien domina y no gustaría nada a quien sufre por ello, una mayoría que ahora es capaz de saber lo que nunca ha sabido hasta ahora.

Y además de tener acceso a saberlo, se une la circunstancia de que en muchas ocasiones, a pesar de lo que puede parecer, el nivel de inteligencia y raciocinio de la población en general es más alto que en años y en siglos anteriores.

Para quien no opine lo mismo le recomiendo que eche un vistazo histórico al comportamiento sumiso del pueblo en una época tan recientemente histórica como la feudal y lo compare con las protestas a nivel global que nos encontramos en la actualidad. Y en la Era de Acuario. Será casualidad.

Eso no evita el proceso, no evita los sufrimientos, las equivocaciones, ni los intentos de los estamentos de poder por mantener el estado actual de las cosas.

Y esos mismos estamentos de poder son los que utilizan todo su esfuerzo en negar que las fuerzas gravitatorias y electromagnéticas de los cuerpos celestes influyen en el comprtamiento de otros cuerpos celestes (y la Tierra es uno y nosotros también) y en negar una serie de sucesos marcando un camino que, en el fondo, no va por donde ellos querían.

Pero por mucho que lo intenten, las energías de los cuerpos celestes (perdón por esta frase de diario en sección de astrología) siguen influyendo en los cuerpos que están rodeados por ellas. Y nosotros estamos en ese punto.

En fin, que por mucho que se niegue, formamos parte de un ritmo que no marcan los llamados poderosos, que no se puede negar la evidencia aunque se pueda distorsionar y usar para escribir en un periódico, que los antiguos sabían más de lo que parece, y que todo ello se está viendo en la Era de Acuario… será casualidad.

domingo, 19 de abril de 2015

CAPÍTULO 4


Según iban transcurriendo los días, he de reconocer que lo único que diferenciaba uno de otro eran los encuentros con Toi–Xing. Esas fugaces reuniones que no eran otra cosa que patadas en el ego aunque cualquier sabio lo llamaría enseñanzas.

Deambulaba por el deambulatorio, como no podía ser de otra manera, mientras observaba la cambiante monotonía de aquello que me rodeaba. No se veía mucha diferencia con jornadas anteriores. La nieve era igual de blanca, el lamasterio igual de dorado, los budas igual de gordos y los monjes igual de calvos.

Doblando una esquina me encontré con cuatro de esas cabezas iluminadas que estaban arreglando unas paredes que parecían querer empezar a desconcharse. Tampoco soportaban ese frío, y eso que tenían la ventaja de no tener que comer lo que sus habitantes y sus invitados. A veces también se me pasó por la cabeza ingerir algún material de construcción en lugar de la sopa, pero me parecía una falta de respeto a mis anfitriones.

Dado que no tenía la más mínima idea del idioma tibetano me conformé con hacer una reverencia a los lamas obreros que ellos me devolvieron con mucho más estilo que el mío. Y lo cierto es que es algo que agradecí, ya que al efectuarla escuché un delator “crak” en mis lumbares que me recordaban que los años seguían pasando factura al cargo de mi carné de identidad. Agradecí al Gran Buda que los lamas tampoco supieran español. De otra manera posiblemente me hubieran solicitado ayuda y hubiera quedado como un maleducado o como un débil… o como ambas cosas.

Alejándome de ellos antes de que alguno tuviera la inadecuada idea de empezar a hablarme en inglés, me adentré en un compendio de rocas que vigilaban el lugar. Unos pocos árboles hacían creer que allí podía haber más vida que la de los hombres vestidos de color azafrán.

Como en cierto modo era de esperar, vislumbré una pequeña figura agachada junto a una de las rocas. El maestro parecía estar también huyendo de la reconstrucción del templo y parecía realizar dibujos en la nieve.

Al acercarme comprobé que tenía una pequeña hormiga en su dedo. Indudablemente se trataba de un insecto despistado que había salido a echar un vistazo a ver si el verano estaba inundando la superficie.
Toi–Xing alzó la vista y me mostró esa sonrisa que daba la sensación que, si se lo proponía, era capaz de dar varias vueltas a su cabeza.

– Saludos, joven Baltolomé.

– Saludos, maestro, pero lo de joven mejor lo dejamos de lado.

– ¿Tú decil por sonido en espalda?

Por un momento imaginé que el ruido había sido tan fuerte que había hecho eco en las rocas y había llegado hasta allí, pero semejante estupidez se borró rápidamente de mi cabeza… y llegó otra quizá más extraña.

– No me dirá que se ha escuchado desde aquí…

El viejo volvió a mostrar esa sonrisa mientras dejaba cuidadosamente la hormiga, que había estado recorriendo su mano, sobre un claro rocoso.

– Pol supuesto que no, pelo maestlo sel capaz de muchas cosas.

Durante una fracción de segundo me quedé mudo, pero una pregunta vino a mi boca y salió por voluntad propia.

– Y ¿cómo es que alguien tan sabio no es capaz de hablar bien otro idioma?

Instantáneamente me sonrojé. Bajé la vista al suelo y me dispuse a pedir infinitas disculpas por mi falta de respeto.

Toi–Xing, atentando una vez más contra la lógica más evidente, soltó una sonora carcajada.

– Querido Bartolomé, un maestro es capaz de hablar en el idioma que desee, por supuesto.

Ahí pasé del rojo al blanco. Si normalmente mis ojos se podría decir que eran del doble de tamaño que los del sabio, en ese caso podían fácilmente cuadruplicarlos.

– Yo… esto… yo…

– Eso sel fácil. Maestlo capaz de cosas más difíciles. Sabel idiomas podel hacer cualquiela. Tú ya sabel. Sel más difícil metelse en otlas cosas.

– ¿Cómo en los sueños de otros? –volvió a salirme traicioneramente.

– No, eso sel fácil. Un poco más difícil sel usal sueños de alumnos pala ayudar a caminal pol escalela.
Sentí que mis piernas flojeaban y no era precisamente por mis molestias lumbares, así que decidí sentarme a costa de damnificar sobre las rocas mi área de reposo.

– No ponel esa cala. ¿Tú cleel que podel constluil escalela y  sel capaz de caminal junto a quien la lecole sin conocel bien escalelas? Antes de podel constluil una tenel que habel lecolido muchas.

Toi–Xing se sentó a mi lado. Fijó su vista en el suelo y dio un suspiro.

– Yo pleguntal hace poco tiempo pala qué soñal y tú no contestal del todo.

Me recompuse tan rápidamente como pude.

– Maestro… si no recuerdo mal, precisamente dijimos que soñábamos para construir la escalera que nos conectaba con nosotros mismos.

– Eso sel lespuesta colecta pelo no completa. ¿Cuándo lecolel escalela?

Las preguntas se iban haciendo cada vez más complicadas. Me sentía en una especie de partida de Trivial Pursuit en el que todos los “quesitos” eran amarillos.

– Supongo que mientras vivimos… no sé… todos los días un escalón… o medio.

– En muchos días ni siquiela levantal pie. Pelo todas noches acumulal impulso pala subil escalón.
– Vale, maestro, ahora sí que no entiendo nada.

– Polque estal despielto. Tú intental pensal y mientlas pensal no podel subil. En tu país decil que no podel andal y mascal chicle a la vez.

No pude objetar absolutamente nada a lo dicho. Sonreí mientras veía cómo mi quesito amarillo se esfumaba hacia la ficha del sabio.

– Escalela siemple conectada entle tú y Tú, pelo cuando dolmil, Tú lecoldalte que habel escalela y que tenel que lecolel.

– ¿Quiere decir que por las noches recordamos que no somos lo que estamos aquí?

– Quelel decil que dulante noches tomal impulso pala lecolel escalela. Nunca lecoldal, pelo habel algo que nos lecuelda.

– ¿Cuando soñamos?

– No, cuando no soñamos. No lecoldal con cabeza, lecoldal con alma.

Algo me hizo girar la cara hacia el viejo.

– ¿Alma? Lo siento pero… me extraña oir a un budista hablar del alma.

– ¿Budista? ¿Tú cleel que yo budista? –el maestro volvió a soltar una enorme carcajada– Siddalta sel glan homble, pelo yo no adolal. Yo sólo adolal lo que habel al otlo dado de escalela.

– Entonces… si usted no está aquí, entre monjes budistas porque es budista… ¿por qué está?

– Pol palecido motivo que tú. Tampoco sel budista, pelo lamas ponel comida tan mala que tú sólo podel pensal en telminal comida pala subil escalela. Yo pensal que debel ayudal a subil.

Y de nuevo comenzó a reir a mandíbula batiente luciendo ese extraño muestrario de dientes.

viernes, 10 de abril de 2015

CAPÍTULO 3

Esa mañana reconozco que me había despertado mientras desayunaba en ese lugar que los lamas, en un alarde de publicidad, llamaban comedor. Frente a mí encontré un cuenco que contenía el desayuno de siempre. Que bien pensado era exactamente igual que la comida de siempre y la cena de siempre.

Aquella noche me había pasado lo mismo que a Martin Luther King. Había tenido un sueño. Y estaba deseoso de contárselo al maestro.

Me pasé toda la mañana buscándole, pero no lograba encontrarle. Recorrí las diversas estancias del lamasterio, las salas adornadas con estatuas de Buda, el deambulatorio adornado con columnas y los jardines adornados con monjes trabajando la tierra. Pero nada.

Miré por enésima vez mi reloj mientras sentía que la mañana estaba pasando tan lenta como el tiempo para el que espera y tan rápida como para el que disfruta.

Pregunté al único lama que hablaba español, pero no tenía ni idea del paradero del viejo.

– Los sabios siempre están en todos los lugares. Si no se dejan ver es porque no quieren.

Le agradecí la enseñanza a pesar de que no me aportaba la solución que estaba buscando.

Me senté en un pollete del deambulatorio y miré de nuevo el reloj.

– Culioso apalato el que lleval en muñeca.

– ¡Maestro! –exclamé con evidente sorpresa– le he estado buscando toda la mañana y no le he encontrado.

– Eso sel polque buscal en lugar incolecto –respondió el hombre que conseguía hacer de la obviedad un arte.

Volví a mirar el reloj intentando encajar el tiempo perdido y comprobé que el sabio tenía los ojos puestos en él. Me sentí apurado. El viejo sabio me estaba ofreciendo sus enseñanzas y yo no había tenido ningún detalle hacia él, así que sin pensarlo dos veces le dije señalando mi muñeca –maestro… ¿lo quiere? –.

– De ninguna manela. Vosotlos estal muy contentos con eso, pelo yo no quelel un apalato que complal pala sel su dueño y acabal siendo su esclavo. Agladecido, pelo no.

Primer chasco del día. Me daba la sensación de que nunca iba a aprender o de que Toi–Xing siempre tenía un as en la manga que arrojarme a la cara al más mínimo descuido. O buscaba el modo de esquivarlo o buscaba el modo de acostumbrarme.

– Maestro, esta noche he tenido un sueño.

– Enholabuena – dijo sin el más mínimo interés.

– Es que para mí ha sido interesante…

­– Si tú quelel contal, contal, pero no adolnal el momento. Con eso sólo peldel tiempo y no podel peldel tiempo sin insultal etelnidad.

– Verá, maestro…–dije comenzando a encajar sus golpes– me encontraba en una casa de dos pisos, una especie de chalet, cuando de repente me sentí en la necesidad de ir al piso de arriba al que nunca había ido.

Al subir encontré una habitación con una cama y un baño. En ese momento vi una familia que entraba en la casa… que en realidad también era suya… y yo tuve que quedarme arriba. Y me encontré a un hombre en la habitación que me dijo que me había estado esperando porque tenía que ocupar su lugar. Y desapareció. Y yo me quedé arriba sin molestar a los habitantes de la casa…

– Sueño intelesante.

Me dejó chafado. Esperaba otra respuesta. Quizá en el mejor de los casos, una explicación… Pero en fin, se trataba de él. Pretender que hiciera concesiones a los deseos era como pretender apretar una piedra y hacer que gritara.

– ¿Pol qué soñal?

Toma… buena pregunta…mejor no estropearla con una mala respuesta… mejor poner cara de sincera nada.

– Ah, ya, ilesponsable. No podel lespondel. Entonces cambial plegunta. ¿Pol qué vivil?

Intenté no poner la misma cara ni vislumbrar la misma respuesta, pero creo que no lo conseguí.

– La verdad es que no lo sé… habitualmente se vive para… trabajar… tener hijos… progresar…

– ¿Ploglesal teniendo hijos y tlabajando? ¿A tenel hijos y dinelo se llama ploglesal?

Lo cierto es que siempre había pensado algo así, pero nunca lo había planteado tan sencillamente.

– No sé para qué vivimos. Al menos no sé si lo estamos haciendo bien, porque estoy seguro de que vivimos para algo… ¿para buscar la escalera?

– Casi… no pala buscal, sino pala encontlal. Y no la escalela, sino lo que habel al final de escalela.
– Y eso no se consigue trabajando ¿no?

– Tlabajando para conseguil dinelo no necesaliamente. Tlabajando pala eliminal tlabas sí.

En  ese momento sentí la imperiosa necesidad de hacerle a él la misma pregunta que me estaba planteando a mí, pero me parecía tan sencillo que con el sólo hecho de plantearlo en mi mente le daba todos los derechos para abofetearme sin otra excusa.

–  No… supongo que efectivamente, querer hacerlo así es tan inútil como… como estirar el cuello para llegar a las estrellas…

– Bien, algo aplendel. Ahola seguil pol mismo camino si no quelel estlopeal.

Me tomé unos pocos segundos para poder cubrir de palabras los pensamientos que se agolpaban en mi mente como ciclistas llegando a la meta.

– Supongo que se vive para ir subiendo la escalera que alguien, quizá a veces tú mismo, ha construido para ti… para que llegues a Ti.

– No estal mal del todo –dijo casi sin levantar la vista–, pelo podel hacel mejor.

De pronto sentí como si todos los ciclistas que pretendían llegar a la meta se agolparan de golpe sobre mi cabeza dejándome sin palabras… y sin respuesta para poder hacerlo mejor.

Bajando la vista y mirando al suelo no tuve más remedio que reconocer la evidencia.

– Maestro… no sé qué respuesta dar.

– ¿Y pletendel que daltela yo? Sólo podel contestal a quien tenel ya mitad de lespuesta. De otla manela jamás el otlo complendel.

Se produjo un interminable silencio que apenas duró unos segundos.

– Me da la sensación de que no es suficiente la vida para poder encontrar la respuesta. Es muy corta… como opinan ustedes, necesitaríamos varias.

El maestro comenzó a esbozar un atisbo de sonrisa.

– No il mal encaminado. Pelo eso no sel ni novedad ni lespuesta. Aunque quizá ahola sel un poco más lesponsable. Yo intental de nuevo… ¿pala qué soñal?

De nuevo un interminable segundo. El instante más largo… la momentánea definición de infinito.
Y unas palabras que surgieron de mi boca por primera vez en mucho tiempo sin que pasaran por el filtro de mi cerebro.

– ¿Para poder resumir el tiempo que necesitaríamos en varias vidas? ¿Para hacer lo que no podemos hacer despiertos?

– Il mejorando. Lento, pelo il…

Toi–Xing se sentó en el frío terreno y señaló con su huesudo dedo el lugar que estaba a su lado.

– Sental.

Obedeciendo su indicación y esperando una respuesta, me senté a su lado. El maestro volvió a mirar al cielo, luego me miró a mí y de nuevo al cielo, como intentando establecer un puente entre ambos lugares. Intuí que le costaba, pero que algo le impelía a hacerlo.

– Cuendo tú despielto, tú atento de alededol, pelo no atento de ti. Todo distlael, pelo no tlael. Toda tu fuelza volcada en mundo más allá de piel. Pelo cuando tú dolmil no atento de alededol, sólo atento de ti. Sel único momento en que podel leunilte contigo.

– Sí, pero… ¿cómo se pueden aprender cosas mientras uno duerme?

– ¿Cómo podel aplendel cosas mientlas uno pendiente de máscala con la que enflenta a teatlo de mundo? No podel aplendel, sólo leplesental papel, pelo no aplendel nuevo. Eso gualdal pala sueño.

Me miró, pero yo estaba mirando el suelo.

– ¿Tú cleel que dolmil pala descansal? Tú podel descansal músculos sin necesidad de desconectal celeblo, pelo sólo descansando celeblo podel descansal Tú.

– Ya… –dije pensando que entendía– nuestro cerebro nos cansa ¿no?

– No exactamente. Nuestro celeblo diseñado pala ayudal, pelo nosotlos cansal celeblo con necesidades innecesalias. Un celeblo cansado no guial, sólo mandal, y nosotlos habitualmente cansal celeblo.

– Y en los sueños nuestro cerebro, descansado, nos envía mensajes que nos guían ¿no?

– No exactamente. En sueños nuestlo celeblo intental tladucil mensajes que llegal del otlo lado de la escalela. Él no estal cansado, entonces él tlabajal.

– A veces son difíciles de entender… supongo que porque no entendemos su idioma.

Toi–Xing levantó la vista del suelo y volvió a atravesarme con esa mirada camuflada en unos ojos orientalmente semicerrados.

– ¿Tú sabel inglés?

En otro momento ese cambio de conversación me habría llamado la atención, pero me parecía que estaba llegando a un punto en el que no me extrañaba nada.

– Un poco.

– Y ¿pala qué?

– Pues para poder comunicarme con personas que no hablan mi idioma.

– Y ¿tú sabel hablal en tu idioma?

– Vaya… creo que sí –dije con cierto aire de suficiencia que según lo iba notando me iba advirtiendo de que de nuevo había caído en su juego.

– Pues hace unos instantes tú no sabel qué lespondelme a pesal de usal tu idioma… como ayel… y como anteayel… a pesal de usal tu idioma.

Intenté asentir a su riña camuflada pero nada salió de mi boca.

– Si tu no sabel usal tu idioma pala podel decil cosas útiles ¿pala qué quelel aplendel otlos idiomas? ¿pala decil tontelías en valias lenguas?

De nuevo, y como venía siendo costumbre los últimos días, me puse a escudriñar el suelo como si entre el musgo y la arena se encontrara la respuesta.

– Cuando tú llegal a otlo lado de escalela no necesital idiomas, polque no necesital palablas. Mientlas tanto tenel pelmiso pala aplendel más idiomas polque necesital pala ganal dinelo.

El viejo sabio se levantó y yo le seguí. En silencio se encaminó hacia el monasterio para poder llegar a la hora de comer a pesar de no tener reloj. Preferí, en mi cobarde supervivencia, no preguntar si se guiaba por el sol o por el estómago.

De repente se detuvo y me miró fijamente a los ojos.

– ¿Tú entendel sueños?

– No…

– Y eso que sabel dos idiomas. Pelo si tú contal sueño a alguien que sabe menos idiomas que tú ¿él entendel sueño?

– No sé… supongo que tampoco.

El Maestro se dio media vuelta reanudando su camino, y mientras yo me quedaba clavado en el suelo intentando comprender algo, él levantando una mano sólo dijo –Ah…–.

domingo, 22 de marzo de 2015

CAPÍTULO 2



Había pasado un día completo durante el cual no había visto al gran maestro Toi–Xing. Por momentos pensaba que era un día de suerte en el que sus dientes y mi ego podían considerarse a salvo aunque sabía a ciencia cierta que poco dura la alegría en la casa del pobre.

Deambulaba por los jardines del lamasterio disfrutando sufridamente de la noche de los Himalayas. El cielo estaba totalmente despejado y cubierto de estrellas, como si la madre de todas las luces acabara de parir y hubiera huido al comprobar lo que había hecho.

En ese mismo instante me vino a la memoria el sueño que tuve la noche anterior. En él me vi exactamente en el lugar en el que estaba en ese momento cuando de repente comenzaron a aparecer nubes por todas partes y se desató una terrible lluvia.

Lo curioso de la escena es que cada gota que caía del cielo tenía en su interior el rostro sonriente de Toi–Xing. En pocos segundos me vi abrumado por miles de pequeños y húmedos toixines que inundaban los sagrados jardines. Incluso en los charcos se me aparecía la cara del sabio y si bien intentaba no pisarlos, no podía evitarlo. De incomprensible manera, mis pisadas deformaban el agua pero no la imagen del maestro.

Y ahí estaba yo, retorciendo mis neuronas y llegando a la conclusión de que la presencia del viejo sabio comenzaba a convertirse en una obsesión de la cual mi subconsciente me estaba avisando. Lo que no sé es si me avisaba para acercarme a sus enseñanzas o para huir de su cercanía.

No me hizo falta apresurarme a encontrar una respuesta. Exhalando un aliento que se tornó gélido nada más salir de mi boca, me di media vuelta para volver a mi celda a descansar, cuando de repente compruebo sorprendido cómo detrás de mí estaba Toi–Xing, con esa sonrisa que no dejaba de parecerme un catálogo de pianos de cola y con la extraña sensación de que llevaba ahí mucho más tiempo del que me parecía a simple vista.

– Saludos, honolable Baltolomé.

– Saludos, maestro –respondí intentando no perder la compostura y salir corriendo como un elefante ante la presencia de un ratón gigante.

– ¿Qué hacel estilando cuello? Por mucho que tú intental, no sel nunca capaz de llegal a estlellas... al menos con ese método.

Reconozco que o bien me pilló desprevenido o bien me estaba ablandando, pero lo cierto es que me hizo gracia su ocurrencia y mi respuesta fue una sonrisa.

– ¿Qué buscal?

– Nada en especial, sólo miraba las estrellas.

– ¿Y pala milal estlellas lecolel miles de kilómetlos? Nunca habel estado en España, pelo cleel que allí también habel estlellas ¿habelas lobado alguien acaso?

Volví a responder con una sonrisa.

– Plegunta no lespodida como lección no aplendida: tenel que lepetil. ¿Qué buscal?

Dirigí mi vista al suelo como si la solitaria lombriz que comenzaba a horadar la tierra para acomodar su residencia nocturna pudiera darme una respuesta. No lo hizo.

­– Pues si le digo la verdad, y visto lo visto no me queda otro remedio... no lo sé. Quizás esté buscándome a mí mismo.

– Igual de insensato –aseveró el viejo mientras parecía que buscaba a la huidiza oruga que, astutamente y viendo la situación, había optado acertadamente por desaparecer bajo tierra.

Un gran signo de interrogación debió aparecer sobre mi cabeza, porque mi interlocutor me miró como si yo le hubiera hecho una pregunta muda y me respondió a lo que no había llegado a pronunciar.

– Si tú venil a glan distancia para buscar estlellas que tenel en casa sel glan insensatez. Si tú venil a glan distancia para buscal algo que tenel dentlo sel glan insensatez.

Como ya no estaba la lombriz decidí que no merecía la pena mirar otra vez al suelo, así que enfrenté la mirada entreverada de Toi–Xing.

– No sé, maestro, quizá... quizá le buscaba a usted.

– Hoy día de insensateces ¿tenel estlellas que están más lejos en tu país y no tenel ningún maestlo que estal más celca que estlellas? Tú dejal de sel ilesponsable o soldo y contestal... ¿qué buscal?

– Quedé un tiempo pensando. Creo que no fue demasiado, pero llegué a la conclusión de que el pensamiento, como la lombriz, no era capaz de llevarme a una respuesta así que, dejándome llevar por la intuición respondí –quizá estoy buscando la escalera­–.

– ¿Qué escalela?

– La que me une a mí... conmigo.

– ¡Ah! Tú il mejolando lespuestas.

– Gracias... supongo, aunque ya puestos, podía haber respondido que un ascensor.

– ¿Un ascensol? ¿Pol qué ascensol y no eslalela?

Otra vez tuve la terrible sensación de que había metido la pata más profundamente que la lombriz la cabeza.
– No sé... es más cómodo...

– Lespuesta incolecta. Tenel segunda opoltunidad o pasal a siguiente conculsante –dijo el sabio no sin una evidente dosis de sorna.

– Pues salvo el detalle de la comodidad no veo más diferencia.

– ¡Exacto!

– ¿Exacto?

– Sí, exacto. En ascensol tú plesional botón y llegal a piso deseado. En escalela tú tenel que hacel esfuelzo pala subil.

No pude evitarlo y me vinieron a la mente las imágenes de las escaleras mecánicas del metro y de los centros comerciales, pero preferí no avivar ninguna hoguera cuyo fuego me pudiera quemar.

– Salvo escalelas mecánicas de esas que tenel en tu país, pero eso sel ascensoles camuflados.

Preferí aceptar lo ocurrido sin buscar ninguna explicación.

– Entonces he venido buscando la escalera que me haga, tras un esfuerzo y un recorrido de camino ascendente, encontrarme con una parte de mí mismo que siempre he tenido dentro aunque nunca he logrado encontrar...

Toi–Xing me miró atentamente sin articular palabra y sin hacer mueca alguna, como si esperase a que terminara mi frase.

– Pero entonces... hay una cosa que no entiendo...

Ahí sí esbozó una sonrisa.

– Si sólo habel una cosa que no entendel, estal muy celca de sabidulía.

– De acuerdo, hay muchas cosas que no entiendo, pero ahora me refería a una en concreto. Si he venido hasta aquí buscando algo que tengo dentro y habiendo maestros en mi país... ¿por qué he venido hasta aquí recorriendo miles de kilómetros?

– Ah, eso sel tlampa. Esa plegunta hacel yo antes.

– Cierto, pero... es que no tengo respuesta.

El viejo sabio volvió a publicar su catálogo de teclas de piano y a cerrar aún más sus aprendices de ojos.
– Tú subil escalela, pelo alguien tenel que constluila... y chinos sel más balatos.

No tuve más remedio que reír a carcajadas y por primera vez comprobé que Toi–Xing también sabía hacerlo aún a costa de ser un atentado a la estética.

Cuando se terminaron las risas, me dispuse a despedirme del sabio hasta el día siguiente. La noche era demasiado fría como para hacerse el héroe aunque el viejo no parecía tener frío.

Nos encaminábamos en silencio hacia la zona de habitaciones cuando Toi–Xing se detuvo y se puso a mirar al cielo.

– ¿Ocurre algo, Maestro? ¿No estará usted buscando estrellas? –dije aún a sabiendas de que estaba aumentando considerablemente mi exposición al peligro.

El sabio me miró sonriendo.

– En absoluto, pelo pol si acaso, yo esta noche tendlía celca un palaguas... nunca se sabe cuándo pueden llovel chinos.

Y dicho ésto se dio media vuelta y se metió en el edificio dejándome con dos palmos de narices, sin palabras, sin posibilidad de hacer el más mínimo comentario y curiosamente... sin frío.

miércoles, 11 de marzo de 2015

REFLEXIONES SOBRE EL GÉNESIS



En el Génesis Bíblico se cuenta la historia de la creación del ser humano. Obviamente si lo tomamos como algo literal, no hay más que añadir. Si lo interpretamos como se ha enseñado en el cristianismo tampoco hay mucha opción. Pero si nos atenemos un poco a la simbología que deriva de culturas más antiguas, de la que el cristianismo (como todas) han bebido, podemos encontrarnos con curiosas sorpresas. Quizá quienes lo escribieron no estaban diciendo nada nuevo, sino adaptando o más bien tomando símbolos que aunque hoy nos parezcan en desuso, en esa época estaban vigentes, para que el relato calara más hondo.

Vamos a hacer una posible interpretación de algunos pasajes del Génesis. No digo que quienes lo escribieran pensaran exactamente esto, pero… ¿por qué no?

Podríamos empezar por el verbo. Quizá se refiera a la palabra, a la vibración (una de las pocas cosas inherentes a todo el plano físico), algo que existe en todo el universo. No me refiero al sonido, porque en el espacio no se propaga, pero sí las vibraciones, las longitudes de onda. 

También el verbo es la parte de la oración que implica la acción. Una frase sin verbo es una frase sin acción, una frase muerta. En cambio, un verbo por sí mismo puede llevar a la acción. El resto de la frase no.

¿Al principio fue la acción o la vibración? Obviando que la vibración es una acción (la de vibrar), podemos pensar que la acción de la vibración conlleva a algo que se puede producir y repetir en todo el cosmos. Sin acción no existe la vibración y sin vibración no es posible el movimiento de la vida.

Si vamos un poco más adelante, nos encontramos con un Creador que parte de la tierra, la mezcla con agua, la sopla, y a partir de ahí crea al hombre. Entonces entramos en otra simbología usada antiguamente por filosofías y religiones orientales.

Para ellas el hombre tiene tres planos de consciencia en los que se mueve en su vida habitual. Por una parte está el plano físico, lo denso, lo meramente material que está representado por el mismo cuerpo del planeta: la tierra. También se desenvuelve en un plano más dinámico pero que puede crear corrientes y retenciones al que se denominó plano de agua por similitud con ese elemento. Pero también vive en un plano más etéreo, más difícil de concretar, más aéreo; y ahí es donde el aire, el tercer elemento, se identifica con la mente. Lo que distingue al hombre del resto de los seres que habitan en este planeta (me refiero a los seres  visiblemente identificables) es la mente, la intelectualidad, la más difícil de identificar y capturar, como el aire. 

Y curiosamente ese aspecto que nos distingue de los demás animales es directamente insuflado por la divinidad. Nos hace de barro (tierra y agua que se supone que coge del propio suelo) pero al llegar al aire no lo coge del planeta. Pone Él el suyo.

Y a partir de ahí crea al ser humano. Pero no crea a uno solo. Si bien en principio crea a Adán y a Eva la deja para después, primero crea al principio masculino, a la acción y a partir de eso puede crear al principio femenino, el conservador y también creador.

Y los crea desnudos, que no significa sin ropa, significa “sin nudos”. Los crea sin retenciones y en un Paraíso (eso sí, terrenal). Tienen todo lo necesario para sobrevivir. Y así están un tiempo indefinido (puede que un tiempo de desarrollo) hasta que el Creador parece que comprueba que necesitan un avance más que no son capaces de dar por sí mismos.

En ese momento les hace fijarse en un árbol, un fruto de la tierra de la que proceden. Pero no es un árbol cualquiera, es el Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal. Su fruto es la manzana, la cual fue creada por los celtas mediante injertos y que a partir de ahí comenzó a simbolizar la sabiduría y el conocimiento. Algo que podría estar acercando a la pareja a la parte más complicada de su desarrollo, ya que ahí está “la ciencia”, el conocimiento mental. Ya tienen mente, pero todo les ha sido dado, no la han ejercitado. Ni siquiera saben lo más básico y a la vez lo más complicado: la diferencia entre el bien y el mal.

Ante un reto así, Adán y Eva actúan como lo que son mentalmente. Cual si fueran niños, evitan todo contacto con el árbol. Lo tienen ahí pero no queda muy claro si por falta de curiosidad o por obediencia ciega, no se acercan.

Y deben hacerlo, pero por decisión propia. El paso lo tienen que dar queriendo hacerlo… lo cual no significa que no se necesiten ciertas ayudas.

Entonces el Creador actúa como un profesor ante unos alumnos infantiles cuando quiere que hagan algo. Les dice que no lo toquen y mira hacia otro lado.

Pero es tanta la obediencia asociada a la falta de criterio propio, que la prohibición les detiene. Y el Creador pone en marcha la segunda parte del plan: la ayuda de la serpiente.

Posteriormente identificada con la maldad y con el Diablo, la serpiente simbolizaba en las antiguas culturas el espíritu de la Tierra, las energías que mueven el planeta por dentro y que nos mueven a nosotros como habitantes e hijos de él. Unas energías que nos unen con los principios más físicos, pero que son en los que se basa el funcionamiento de todo animal.

Y el Creador se vale de ese instinto básico del recién creado humano para que éste se salte la prohibición. Nada hay más atractivo que lo prohibido, sobre todo cuando alguien o algo alimenta tu instinto y te dice que el guardián no lo va a notar. En este caso es más que eso, porque la serpiente les comunica que si comen de esa fruta, podrán ser iguales al Creador…

… lo cual puede que sea la intención del propio Creador, la unión eterna de sus creaciones con Él, pero eso sería otra historia.

Y comen.

Y ahí entra el tercer elemento que echábamos en falta: el fuego.

Porque el Creador les dice que debido a lo que han hecho deben salir del Paraíso. Es algo que se ha tomado como castigo, pero que en realidad es el comienzo de la evolución del ser humano a partir de sus propias capacidades y habilidades.

Y es un ser espiritual, un Arcángel (Gabriel, el Héroe de Dios que será quien anuncie a María su destino) quien, con una espada de fuego, de acción violenta, repentina y que destruye los ritmos pasados, les indica el camino a seguir. La salida del Paraíso. El comienzo de camino como seres evolutivos, responsables de sus pisadas. Vestidos (ya no están des-nudos, ya tienen nudos o al menos los ven y tienen que deshacerlos) y quizá no con el conocimiento, pero sí con el impulso que les lleva a la aventura… la aventura de acercarse de nuevo a ese Creador que nunca les dejó y que puede que en el fondo, esté deseando que sean como Él, porque no hay nada apartado de Él, porque no hay nada que no sea Él… porque no son otra cosa.

domingo, 8 de marzo de 2015

CAPÍTULO 1



A la mañana siguiente, aún sin recuperarme de lo acontecido el día anterior y mientras paseaba por el sagrado recinto, vi al Gran Maestro Toi–Xing junto a un árbol. En un principio me surgió la duda de si acercarme a él o evitarlo. Por una parte se trataba de uno de los más grandes sabios que había en la zona y quizás en el mundo, pero por otro lado establecer conversación con él no estaba exento de ciertos riesgos. Aun así decidí hacer lo primero.

Estaba agachado, absorto, ni siquiera pareció reparar en mi presencia. En un principio creí que estaba concentrado en mundos a los que sólo tienen acceso los místicos y los iluminados. Luego caí en la cuenta de que estaba durmiendo.

Intenté darme la vuelta sigilosamente para no despertarlo. Demasiado tarde. Una voz escamoteada por un enorme bostezo acertó a decir:

 –Oh, el homble chino y español, no habelte visto.

De nuevo sus ojos me escrutaron como si dos misiles tierra–tierra estuvieran centrando el punto de mira sobre su objetivo.

–Verá, Gran Maestro –dije entre balbuceos y agachando la cabeza– venía a pedirle perdón por lo sucedido ayer.

– Oh, no, sel yo quien tenel que pedil peldón. Sel yo quien estal flente a un maestlo.

– ¿Cómo dice?

– Estal muy clalo. Tú ayel quelel paltilme cala y hoy quelel pedilme peldón. Dos sentimientos sincelos pelo contlapuestos. Si tú sel capaz de manejal sentimientos tan distantes en tan poco espacio de tiempo tú estal muy celca de la maestlía.

Esta vez ni siquiera a mí se me escapaba la mordacidad del comentario, así que sospeché que se estaba guardando lo mejor para restregármelo en breve. Aun así decidí dar el primer paso.

– Maestro, usted sabe que no soy nada de eso. Reconozco que ayer no estuve a la altura y por eso le pido perdón. Ignoraba que estaba ante un Maestro.

– Ah... –exclamó con cierto aire teatral, porque la verdad es que se veía a la legua que tenía perfectamente pensado su siguiente movimiento– tú quelel decil que pedil peldón polque yo sel glan maestlo... si yo sel un jaldinelo ¿también venil a pedil peldón?

Tal y como sospechaba, me había preparado una encerrona y yo había caído. Me daba la sensación de que dijera lo que dijera, la iba a fastidiar otra vez.

– Pues... no... posiblemente no.

– Ah, entonces tú no sabel leconocel la veldad si no estal anunciada.

– ¿Cómo dice?

– Si mismas palablas y mismas enseñanzas que yo te di ayel las dice un jaldinelo tú no hacel caso. Entonces tú no leconocel veldad si no la dice un maestlo. ¿Tú pensal que un jaldinelo no podel decil glan veldad?

– Bueno... supongo que sí...

– Entonces sabel leconocel veldad pero sel mentiloso.

Ya me estaba poniendo nervioso, pero no quería caer en su juego.

– ¿Puedo saber por qué me dice eso?

– Clalo, muy sencillo. Tú decil plimelo que venil a pedil peldón a mi pelsona polque sel maestlo, no polque maestlo decil veldad. Pelo luego decil que sabel leconocel veldad aunque no la diga maestlo. Entonces ¿pol qué pedilme peldón a mí? En todo caso tenel que pedil peldón a veldad.

En ese momento intenté buscar la imagen del pez más estúpido que se me ocurriera mordiendo un anzuelo que se veía a la legua. Evidentemente el papel de pez era el mío.

– Maestro... yo... la verdad es que no sé qué responder.

– Yo sabel eso. Tú sel ilesponsable.

– ¿Cómo?

– Lesponsabilidad sel capacidad de lespondel y capacidad de lespondel sel conocimiento. Si no sel capaz de lespondel no sel lesponsable y si no sel lesponsable no tenel conocimiento.

– Creo que empiezo a entender algo– dije en un arrebato de humildad.

– No sel mala lespuesta pala alguien que no sabel lespondel. Al menos sel sincela.

Por una fracción de tiempo me dio la sensación de que por primera vez, Toi–Xing me miraba con ojos más tiernos y no con puñales camuflados en sus pestañas. Eso también hizo que algo en mi interior se enterneciera y cambiara de actitud.

– Maestro, ayer me dijo un monje que no hay persona que esté unos pocos minutos junto a usted y que se vaya sin una enseñanza.

Toi–Xing me miró de reojo, alzó una ceja consiguiendo que uno de sus ojos pareciera medianamente redondo y levantó el bigote en una mueca parecida a una sonrisa pícara, lo cual conseguía, y que Buda me perdone, que fuera aún más feo.

– Entonces tú tenel suelte. Estal muy pocos minutos conmigo y habelte llevado muchas.

jueves, 26 de febrero de 2015

PRÓLOGO



Conocí al gran maestro Toi–Xing en un frío mediodía de la cordillera tibetana. 

Mi afán aventurero me había llevado hasta esos increíbles y místicos parajes buscando algo, aunque en realidad no sabía lo que era. 

Tampoco sabía que me lo iba a encontrar de esa manera y que,  desde ese momento,  mi vida cambiaría de manera sustancial. 

Los lamas, en su infinita hospitalidad, me habían ofrecido sentarme en el comedor del lamasterio. Una estancia amplia, silenciosa y sin más adorno que unas pequeñas estatuillas de Buda cuidadamente descolocadas. 

Estaba ensimismado observando con interés la extraña sopa que me habían puesto en el pequeño cuenco de barro, mientras llegaba a indudables conclusiones acerca de la delgadez de todos los monjes, cuando repentinamente sentí que había alguien a mi lado. 

Volteé la cabeza con sorpresa para descubrir a una escuálida figura que en principio creí que me miraba con los ojos entreabiertos, si bien rápidamente caí en la cuenta de que más me valía desechar ese tipo de susceptibilidad prejuiciosa mientras estuviera por esas geografías. 

El hombre, tras escrutarme de manera que me hizo sentir que todo mi ser podía caber por esos ojillos entreabiertos, sonrió profusamente, se mesó los largos bigotes que parecían huir de las comisuras de su boca y comenzó a ingerir ese extraño mejunje al cual mis anfitriones llamaban comida. 

Le devolví la sonrisa a pesar de que estaba más atento de su escudilla que de mi presencia y tomé los palillos para comenzar a rebuscar entre el líquido algo que pudiera ser masticado. 

Mi peculiar compañero de mesa rompió su silencio. 

– ¿Tú sel folastelo? ¿Quién sel?

– Soy Bartolomé –contesté, esta vez sí, mostrando la sonrisa que antes no pude mostrarle e intentando parecer lo más amable posible. 

– Ah. Baltolomé –exclamó mientras miraba su comida como si también pretendiera encontrar algo sólido en ella. 

– ¿Sabe usted español? –dije pretendiendo establecer una conversación.

El hombre me miró con los ojos más abiertos que de costumbre y dijo –no–, lo cual me llevó a sentirme como el mayor idiota del mundo.

No sabía cómo arreglar mi metedura de pata,  pero si me sentía mal en ese momento,  no era en absoluto comparable con cómo me sentí cuando, sin levantar los ojos del cuenco dijo –pleguntas obvias como alas en un balco: inútiles–. 

Intentando recomponerme y combinándolo con un esfuerzo para no partirle la cara dado el lugar en el que nos hallábamos, por fin logré encontrar un pedazo de algo, que aunque de casi imposible identificación  podía ser presa de mis dientes, y me dispuse a cogerlo con los palillos.

– Tú cogel palillos como chino. 

Le miré con desconfianza. Me daba la sensación de que tramaba algo. Posiblemente hacerme perder la paciencia. 

– Si...  me enseño una china – respondí sin confiarme mucho. 

– ¿Cómo decil que llamalte?

–Bartolomé.

–No palecel nomble chino. 

– No... soy español. 

– Y entonces ¿pol qué cogel palillos como chino?

– Pues...  porque...  es interesante conocer otras culturas,  otras costumbres...

– ¿Y tú cleel que podel conocel costumbles chinas comiendo con palillos?

En ese momento me sentí verdaderamente ofendido. Levantándome de la mesa le increpé.

– ¡Señor, estoy intentando ser educado!

El hombrecillo me miró de nuevo de arriba a abajo y de nuevo sonrío mientras decía –pues ahí de pie y glitando como enelgúmeno, la veldad es que intental muy mal –.

De nuevo me sentí en evidencia ante mí mismo.  No sabía qué hacer. Dudaba entre darle las gracias por la lección de humildad o dos bofetadas por chulo. Afortunadamente tomé una tercera opción. Recogí mis pocas pertenencias, las introduje en mi mochila y salí del comedor. 

No había caminado más de veinte metros cuando me topé con un lama,  el cual, tras el consabido saludo, me preguntó en perfecto español acerca de la comida.

No sabía muy bien qué contestarle en lo que respectaba al contenido del cuenco,  por lo que, esquivando la respuesta, le pregunté por mi acompañante. 

Esperaba que me dijera que era un mendigo o un pobre loco al que daban de comer por caridad una o dos veces al año...

– Honorable invitado,  debe usted sentirse muy honrado. Ha tenido el privilegio de compartir el místico momento de la comida con el Gran Maestro Toi–Xing. Su nombre,  conocido en todos los lugares de la comarca, significa "el que no tiene" o "el que carece" en referencia a que nada es suyo, no tiene pertenencias. De hecho, en su sabiduría afirma que ni siquiera su cuerpo es suyo sino prestado por unos años,  pasados los cuales será reclamado por su Verdadero Dueño. Ninguna persona que comparta unos minutos con él se va sin recibir una enseñanza. 

– Pues o soy el primero o me he llevado varias de golpe –acerté a mascullar.

El monje sonrió como si no fuera la primera vez que se encontraba con una situación así y se alejó haciéndome una nueva reverencia. 

Mientras tanto yo, con el estómago vacío de comida y la cabeza llena de dudas,  me retiré a mi celda.